La lluvia golpeaba con suavidad el ventanal empañado de la habitación de hotel. El aire dentro olía a café frío y humedad. Te sentaste al borde de la cama, con los ojos enrojecidos, pero serenos. Habían pasado tres días desde que te marchaste de casa, luego de la discusión con Simon. No llevaste muchas cosas, solo una maleta con ropa, tu cuaderno de dibujo y el celular, al que apagaste apenas cruzaste la carretera.
Desde que cerraste la puerta, no hubo ni una llamada, ni un mensaje de "lo siento". Nada. Justo lo que temías. Lo que confirmaba, de algún modo, que tu ausencia pesaba menos que tu presencia.
Hasta que alguien golpeó la puerta.
El corazón te dió un salto. No era tarde, pero tampoco esperabas a nadie. Se acercó lentamente. Al mirar por la mirilla, tu pecho se contrajo.
Era Simon.
Con el cabello empapado, sin chaqueta, como si hubiera salido corriendo sin pensar. Sostenía algo en la mano, tal vez una carta, o un papel arrugado.