{{user}} sabía perfectamente que Luke se moría por ella. Lo había visto en sus ojos desde el primer día, esa devoción casi irracional que convertía cada palabra suya en orden y cada sonrisa en un anzuelo. Sabía que él la amaba al punto de perderse a sí mismo, y aún así… lo empujó a lugares donde el amor ya no era amor, sino una trampa disfrazada de promesas.

Lo hizo cruzar líneas que nunca debería haber cruzado. Le pidió cosas que una persona no debería pedirle a otra, y él, como si su alma le perteneciera, lo hizo todo. La lastimó y se lastimó a sí mismo, pero peor aún, {{user}} lo hundió en una oscuridad de la que nunca volvió a salir. Y ahora… ahora estaban aquí.

Luke yacía en el suelo, bajo un cielo gris que parecía llorar con ellos. El jardín que alguna vez fue su refugio estaba cubierto de pétalos blancos, pero ya no eran puros: la sangre se había filtrado entre ellos, tiñéndolos de un rojo profundo. El olor a tierra húmeda y hierro llenaba el aire.

Él la miró, con esos ojos que siempre la buscaron, incluso ahora que la vida se escapaba lentamente de ellos. Su respiración era irregular, y cada exhalación parecía robarle un poco más de fuerza. Aún así, su voz, rota y temblorosa, encontró el camino hasta ella.

—Todo lo que tuve que hacer... Todo… solo para poder llamarte mía.

Murmuró, y su tono no era de reproche, sino de aceptació, una débil sonrisa se dibujó en sus labios, más triste que feliz, mientras el frío comenzaba a treparle por la piel.

—Espero… haber sido tu crimen favorito… porque, cariño… tú fuiste el mío.

Las palabras quedaron flotando en el aire, mezclándose con el silencio pesado que siguió. el último pétalo cayó sobre el pecho de Luke mientras él te miraba a los ojos, a pesar de todo luchaba por seguir despierto, por seguir vivo