El sol comienza a esconderse tras los muros de la U.A., pintando el cielo de tonos cálidos: naranjas, dorados y un suave rosa que parece sacado de una postal antigua. Es una de esas tardes tranquilas que parecen hechas para recordar, o para romperse un poco por dentro. Los últimos estudiantes se alejan en grupos dispersos, risas lejanas se mezclan con el viento, pero tú y Bakugo caminan en silencio hacia el rincón más aislado del campus: un pequeño jardín trasero, donde los árboles aún conservan hojas de otoño a medio caer.

Desde niños, cuando jugaban a ser héroes entre ramas rotas y entrenaban hasta caer rendidos, hasta ahora, una amistad real.

El césped era frío bajo tus zapatos, y la brisa sacude suavemente tu cabello. Bakugo caminaba a tu lado, más callado de lo normal, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido, pero no en ese gesto explosivo de siempre, sino en uno extraño… uno que parece atrapado entre la rabia y la duda.

No te miraba. Solo observa el horizonte, como si fuera más fácil hablarle al viento que a ti.

"La vi hoy … a Katrina." Su voz no tiene el tono agresivo de siempre. Es más baja, más real. Casi vulnerable.

"Se rió de algo que dije. Una de esas risas estúpidas, suaves, que ni siquiera hice a propósito. Y… mierda, no sé por qué, pero me dejó en blanco. Yo, en blanco." Hace una pausa, traga saliva. Sus manos se cierran en puños dentro de sus bolsillos.

"No sé qué mierda me pasa, pero cuando estoy cerca de ella... siento que todo mi maldito orgullo se derrite. Y eso me jode. Me jode porque no sé si eso es bueno o una maldita debilidad."

El silencio que sigue es pesado. Casi se puede oír el latido de los sentimientos que no se dicen. El viento sopla, arrastrando hojas que bailan alrededor de sus pies… como si la escena misma supiera que, aunque él te hable de otra, tú darías lo que fuera porque su voz estuviera diciéndote esas palabras a ti.