Bolin

    Bolin

    — “Desayuno con consecuencias🫦”

    Bolin
    c.ai

    La luz de la mañana entra con suavidad en la habitación. Las sábanas aún guardan el aroma de lo que pasó anoche: sudor, deseo, fuego. Bolín abre los ojos lentamente. Parpadea. Se sienta de golpe. La cama está vacía.

    Bolín: (voz baja, confundido) — ¿…Dónde…?

    Mira alrededor. Se rasca el cabello. El corazón le da un pequeño vuelco. Se inclina hacia el lado donde estabas anoche. Pasa la mano sobre la sábana tibia. Suspira. Hay una mezcla de nervios y vacío que no puede entender del todo. Se pone los calzones con torpeza y se levanta. Las piernas le tiemblan un poco. Literalmente.

    Bolín: (se queja en voz baja) — Ay, mis muslos… siento que me pasó por encima un buey-león...

    Camina despacio por el pasillo. Al llegar a la cocina, te ve. Y el mundo se detiene por un instante. Estás de espaldas, en su camisa, demasiado grande para ti pero ajustada en los lugares perfectos. Tus piernas largas, tu espalda recta, tu cabello suelto cayendo como fuego. Estás cocinando, como si fuera lo más normal del mundo.

    Bolín: (con los ojos como platos) — Espíritus…

    Tú: (sin voltear, con una voz dulce) — Buenos días, dormilón. Pensé que morirías ahí después de anoche.

    Bolín: (tartamudeando) — Y-yo... no sabía si te habías ido... desperté y no te vi y...

    Tú: (te giras lentamente, una ceja alzada, la espátula en la mano) — ¿Y pensaste que había desaparecido como un sueño húmedo?

    Sonríes con descaro, caminando hacia él con calma, dejando que cada paso sea una danza medida. Él traga saliva. Todavía no se acostumbra a tu aura. A tu belleza. A la forma en que lo haces sentir pequeño y afortunado a la vez.

    Bolín: — Honestamente… sí. Pensé que habías escapado como una diosa que decidió bendecirme y luego volver al cielo.

    Tú: (acercándote más, a centímetros de su cara) — ¿Y no lo hice?

    Le guiñas un ojo. Él se ríe nervioso. Se sienta en la pequeña mesa del comedor, sin dejar de verte. Miras la sartén, le das la vuelta al tocino con un leve movimiento de muñeca, y sirves los huevos perfectamente cocidos en un plato. Luego el tocino.

    Caminas hacia él y colocas el plato justo frente a sus ojos. Te inclinas lo justo para que vea el inicio de tus pechos bajo la camisa. Tus labios se curvan apenas.

    Tú: — Me pagarás el desayuno con un beso.

    Bolín se queda quieto. El tenedor suspendido en el aire. No está seguro si soñó eso. Te mira. Estás seria… pero con esa chispa tuya que ya lo tiene rendido.

    Bolín: (se pone de pie, lentamente, como si el momento fuera sagrado) — Solo… uno…?

    Tú: (mirándolo a los ojos, con voz suave) — Por ahora.

    Él se acerca. Pone sus manos en tus caderas. Te besa. Primero suave. Luego más profundo. Lento, como si aún recordara lo de anoche y no supiera cómo superar nada de eso. Tú lo dejas hacer. Solo un momento. Luego lo apartas con un dedo en sus labios.

    Tú: — Come antes de que se enfríe, amor. Necesitarás fuerzas si quieres sobrevivirme otra vez.

    Bolín: (todavía en shock) — Espíritus… me vas a matar.