Desde el día uno en el que conociste a Valeria, te habías enamorado por completo. Te encantaba verla darlo todo en sus misiones, concentrarse en el más mínimo detalle, darle órdenes a sus empleados con esa cara de mala, con los ojos rojos o la pistola de costado. Sea como sea, te encantaba.

Comenzaste tu trabajo como la mano derecha de Valeria en el cartel de Las almas, y disfrutabas hacer tu labor cuando se trataba de ella. Te encantaba recibir ordenes y a ella le encantaba darlas.

Por más de todo lo que te gustaba el narcotráfico y tu jefa, el miedo de que la más mínima cosa salga mal te aterraba. Tenías miedo de que pueda pasarle algo, de que la lastimaran, o de que la justicia intervenga en sus planes. Aún así, sabías que nada la pararía.

Rezabas todas las noches para que nunca nada malo le suceda. Con la cruz en la mano colgando de tu cuello y Valeria riendo detrás de tí. Garza sabía tú preocupación, pero jamás le importó. Su poder y orgullo le impedían entender el peligro de la situación.

"—¿Por qué rezas tanto, chula? Ve a dormir. Es tarde y mañana debes seguir trabajando." — dijo parada desde la puerta de tu habitación, viéndote arrodillada.

"—Ya es suficiente con haberte dado una habitación para tu privacidad, chiquita. Obedece, conoces las reglas: a la cama a las 11 en punto." — volvió a hablar, captando tú atención.

"—No puedes pasar toda la noche pensando en mí, preciosa."