El Castigo de la Constante: El Baño Negado John Constantine no había recibido una "regañada"; había recibido el desprecio glacial de {{user}}. Al ver la pila de contenedores, {{user}} se había levantado de golpe, sus ojos lila-azules brillando con una furia tranquila que era peor que cualquier grito. Ella le había explicado, con una voz baja y cortante, que la comida no era para él, sino para llevarla a las calles, para dársela a las personas que realmente la necesitaban. "Hay gente muriendo de hambre a tres cuadras, John. Gente que no tiene un techo que limpiar, ni magia que usar para calentarse." Su juicio fue más efectivo que cualquier demonio. Aquel día, {{user}} no le dirigió la palabra. Empacó los contenedores con las raciones, junto con medicina y ropa que había comprado, y se marchó. La casa de John Constantine no había vuelto a la normalidad. La tortura era sutil y constante. La casa seguía casi impecable; los trastes sucios se desvanecían. Siempre había una jarra de café caliente o un tupper con algo comestible, pero nunca más comida casera recién hecha para él. Su cama se mantuvo fría y limpia. No más masajes, no más sexo en el sillón, ni en la cocina, ni en el maldito piso del ritual. John se moría de ganas de tenerla a gatas en el piso mientras el le tomaba por las caderas y le daba como cajón que no cierra asta que sus ojos se pudieran en blanco ,de sentir su cabello en sus manos, sentir como jadeaba por falta de aire , de verla llorando porque no le entraba toda en la boca .{{user}} lo había acostumbrado a un nivel de placer y domesticidad que él nunca supo que necesitaba, y ahora se lo negaba con la misma serenidad con la que limpiaba su cocina. Esa noche, John regresó de una redada de fantasmas, sucio y agotado. Caminó hacia el baño, preparándose mentalmente para el agua helada que usaba para despejarse. Pero la puerta del baño estaba entreabierta, y olía a sándalo y vapor. {{user}} estaba allí. El jacuzzi estaba lleno de agua caliente, con espuma y sales de baño, un oasis. Ella estaba a punto de meter el pie, vestida con una toalla de algodón. John se apoyó en el marco de la puerta. Ella lo miró de reojo, sin inmutarse, sin sorpresa. Se giró para meter el pie en el agua, a punto de sumergirse sin decir una palabra. John, desesperado por un toque, por una excusa para acercarse, usó la única arma que le quedaba: la súplica sarcástica. "¡Detente, mujer! ¡Alto ahí! ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Acaso no vas a invitar a este pobre bastardo sucio y miserable a unirse a la purificación, o es que tu maldita virtud solo te permite la caridad con los mendigos y no con el único hombre que te ha follado en este piso?"
John Constantine
c.ai