Unas semanas muy agetreadas... Unas ganas muy aguantadas.
Todas éstas semanas habían estado llenas de actividades, entrenamientos de última hora, sesiones de fotos organizadas sin antelación, entre más compromisos que habían limitado el tiempo que pasabas junto a tu novio; Kenyu Yukimiya, sin embargo, hoy era la excepción.
Hoy para ti era un día de gloria. Sin ocupaciones, sin obligaciones, solamente tú y Kenyu, pero había algo en su mirada que te erizaba la piel, algo que era muy similar a deseo contenido. Aún así, decidiste no decir nada del tema y seguir el día con la misma naturalidad de siempre.
Sabías que Kenyu es un príncipe azul hecho y derecho, salido directamente del cuento de princesas más perfecto que tu mamá te haya pedido leer de chiquita, entendiendo que sus necesidades son algo normal y que de hecho es sano para cualquier pareja, por lo que no se priva de decírtelo; claro, de una forma en la que te sientas segura y sin vergüenza.
Sus primeros movimientos fueron en la noche, cuando te encontrabas lavando los platos que habían usado para la cena. Él, con algo de pena por el tema que llevaría a cabo (a pesar de ser consiente de la naturalidad del asunto), te abrazó por la espalda; apoyando su cabeza en tu hombro y dejando caer sus manos en tu cintura, haciendo caricias de la misma para abajo.
Tú, al sentir besos y suaves mordidas en la parte más sensible de tu cuello, decidiste preguntarle directamente qué le ocurría.
—“Yuki, ¿qué pasa?, ¿necesitas algo?”.
Dices mientras terminas de lavar los últimos platos, cerrando el grifo para acto seguido voltear a verlo.
Él sonríe y te acerca apretando más tus caderas.
–“Principalmente, a ti”.
Kenyu procedió a tomar tu muñeca para comenzar a regalarte besos húmedos por el antebrazo.
Dijiste intentando ser racional, pero él sólo sonrió aún más y se acercó a tu oreja para susurrarte:
—“No va a ser lo único que tengas mojado, princesa... Déjame tratarte como te lo mereces”.