Las polaroids están esparcidas sobre la mesa, pequeños fragmentos de memorias inolvidables atrapados en papel. Sunoo está en casi todas, con su sonrisa despreocupada, en la forma en que inclina la cabeza cuando se ríe, en la mirada tranquila que siempre busca la mía.

Hoy sostiene una cámara entre sus manos y me observa con esa expresión suya, la que dice tantas cosas bonitas sin tratar de decírmelo.

—“Quédate quieta...” —susurra antes de tomar la foto.

El sonido de la cámara resuena suavemente y cuando la imagen comienza a revelarse, él la observa con una sonrisa nostálgica. La coloca junto a las demás, como si con cada foto pudiera retener el tiempo.

Más tarde, cuando guardo la polaroid entre las páginas de un libro, sé que algún día la encontraré por accidente y sonreiré. Porque hay memorias que nunca se desvanecen, como las polaroids, como mi Sunoo.