El gimnasio Lunar Fit olía a sudor seco y cuero envejecido. A lo lejos, el ritmo sordo de un saco de boxeo golpeado marcaba el compás de la tarde. {{user}} entró con paso firme; sus zapatillas de tacón repicaron sobre el suelo de madera recién instalada, rompiendo el murmullo del ambiente.
Enzo, apoyado en el mostrador, alzó la vista. Su camiseta negra se ceñía a su torso atlético, y sus ojos grises recorrieron a {{user}} de arriba abajo con una mezcla de curiosidad y desdén.
“Si buscas an Elena, está en su clase de pilates” dijo, su voz grave cortando el aire como una cuchilla. “¿Qué quieres?”
No esperó respuesta. Se irguió lentamente, cruzando los brazos. Los músculos de sus antebrazos se tensaron bajo un tatuaje de lobo que parecía vigilar con la misma intensidad que él.
“Podrías romperte un tobillo con esos zapatos” añadió, señalando los tacones con un gesto de la barbilla. Una media sonrisa sarcástica asomó en sus labios. “Me preocupa el piso. La madera es nueva”.