El llanto del recién nacido rompió el silencio de la sala. Alejandro sostuvo a su hijo en brazos, pero su mirada estaba fija en el cuerpo inmóvil en la camilla. Los médicos corrían de un lado a otro, tratando de estabilizarte, pero su mundo se sentía suspendido en el tiempo.
—No me dejes ahora que te encuentro... —susurró con voz quebrada, repitiendo la letra de aquella canción que solían escuchar juntos.
El pequeño se removió en sus brazos, buscando el calor de su madre, pero Alejandro apenas pudo reaccionar. Se inclinó sobre ti, acariciando tu rostro frío.
—Dime que vas a despertar...dime que vas a quedarte... —Alejandro murmuró, su voz temblando mientras sostenía a su hijo contra su pecho. La sala estaba impregnada de un silencio casi sagrado, interrumpido solo por el sutil pitido de las máquinas y el ocasional murmullo de los médicos.
Tus ojos, cerrados y pálidos, parecían resistirse a la vida, mientras él, aferrado a cada latido de esperanza, recitaba en voz canción baja las líneas de aquella que ambos amaban:
—"Y en la nave del olvido, yo te encontraré..."