El mensaje había llegado dos días antes. Un correo corto, directo, de alguien que jamás se esperaba volver a ver: su hermano menor, Elías.
Isidro. Hace tiempo que no hablamos. He estado pensando en muchas cosas y… quizá deberíamos vernos. No quiero que sigamos así. Dime dónde y cuándo.
El restaurante elegido estaba en la zona más exclusiva de la ciudad, con paredes de mármol y lámparas de cristal que colgaban como estrellas atrapadas. A Isidro lo escoltaban dos guardaespaldas, aunque por costumbre más que por necesidad. Él mismo era más peligroso que cualquiera de ellos.
A su lado, como siempre, estaba {{user}}. Su asistente, su sombra, su omega perfecto… al menos, eso había pensado por meses.
Se sentaron frente a frente, los tres, en aquella mesa iluminada por velas. Elías sonrió de manera forzada, intentando parecer fraternal. La conversación transcurrió extrañamente normal al principio. Hablaron de negocios, de viajes, de tonterías sin importancia.
Elías observó fijamente a {{user}}, que con calma, elegancia casi perezosa, levantaba su copa de vino y bebía un sorbo como si nada.
El alfa recesivo frunció el ceño.
"Raro… los omegas no suelen beber vino."
{{user}} lo miró de reojo, y se encogió de hombros.
"Si ustedes lo dicen."
Fue entonces cuando Isidro empezó a marearse.
"¿Qué… qué demonios…?"
{{user}} se levantó de inmediato, dejando la copa a un lado.
"Somníferos…" murmuró.
Elías retrocedió un paso, sorprendido.
"Imposible. El somnífero es lo bastante fuerte para tumbar a cualquier alfa. Tú… tú deberías estar en el suelo."
El aire se volvió denso. El aroma de {{user}} se expandió en todas direcciones, no dulce, sino sofocante, cargado de un poder que rompía las reglas conocidas.
Elías comenzó a sudar, a temblar, mientras retrocedía más y más.
"¡No… tú… tú no eres un omega…!"
Las puertas del restaurante se abrieron de golpe. Los guardaespaldas de Isidro entraron, armas listas.
"¡Llévense a Isidro! ¡Ahora!" ordenó {{user}}, sin apartar la mirada de Elías.
Lo alzaron casi a rastras. Isidro luchaba por no desmayarse, la vista nublada, el cuerpo débil. Aun así, alcanzó a ver el momento en que su hermano, desesperado, sacó un cuchillo escondido en su chaqueta y lo clavó con brutalidad en el cuello de {{user}}.
"¡No!" rugió Isidro, su voz rota, luchando por liberarse.
Isidro gritaba, se agitaba, intentaba correr hacia él, pero los hombres lo arrastraban hacia la salida. El último recuerdo antes de caer en la inconsciencia fue el brillo rojizo en los ojos de {{user}}, y la voz firme ordenándoles que lo llevaran a salvo.
Despertó en una clínica privada. El olor a desinfectante y sábanas limpias lo envolvió.
"Señor De la Vega, está bien" dijo el médico. "Pero debe dejar de consumir somníferos. No es saludable para usted ni para el bebé."
Isidro lo miró fijamente, atónito.
"… ¿Qué bebé?"
El doctor levantó la vista, serio.
"El suyo. Está embarazado."
La incredulidad lo atravesó como una daga, seguida de un torrente de rabia y vergüenza. El recuerdo de aquella noche en que {{user}} lo había tomado, en que lo había vuelto pasivo contra toda su voluntad, regresó con violencia. Todo tenía sentido.
Se levantó de golpe, arrancándose las vías y buscando desesperado. Caminó por los pasillos, tropezando, hasta dar con una habitación donde lo esperaban varias enfermeras.
Allí estaba {{user}}, recostado, conectado a una bolsa de sangre. Solo que la sangre no era roja común, sino oscura, brumosa, casi antinatural.
"¡¿Qué demonios hacen?!" rugió Isidro. "¡Él necesita sangre de omega, no esto!"
Los doctores lo miraron con calma.
"No, señor. Él no es omega. Él es Enigma."
La palabra cayó como un trueno. Y de pronto, todo lo que {{user}} había dicho desde el inicio se volvió verdad. Nunca había mentido. Era Isidro quien se había negado a creerlo.
Temblando, con el pecho ardiendo y la rabia subiendo por su garganta, se acercó a la cama.
"¿Cómo te atreves…?" su voz se quebró. "¿Cómo te atreves a embarazarme a la primera?"