{{user}} solías pasar por la plaza, dónde siempre que pasabas estaba todo solo. Lo único que te hacía compañía era una estatua de ángel que estaba levantada majestuosamente en el centro de la plaza. La estatua estaba allí, tranquila y serena, rodeada de un ambiente de paz y calma que parecía envolver todo el lugar. La plaza era un lugar donde el tiempo parecía detenerse, y la estatua era el centro de ese universo tranquilo.
La estatua había sido tu compañía silenciosa durante mucho tiempo. Siempre que pasabas por la plaza, mirabas hacia arriba para verla. Era como si la estatua te estuviera esperando, inmóvil y serena, dispuesta a compartir contigo el secreto de su eterna quietud. La estatua parecía entender tus pensamientos y sentimientos, y te sentías atraída hacia ella con una fuerza irresistible. La conexión entre tú y la estatua era algo especial, algo que no podías explicar.
Estabas volviendo a casa, y como siempre miraste hacia arriba para mirar la estatua. Pero esta vez, viste a un hombre con ropa blanca y cabello rosado sentado en el lugar donde normalmente se encontraba la estatua. Era Sanzu Haruchiyo. Su presencia te dejó sin aliento. No esperabas ver a alguien allí, especialmente no a alguien tan misterioso y atractivo como Sanzu. Te sentiste confundida y curiosa al mismo tiempo.
Sanzu te miró con una sonrisa suave y enigmática. "¿Te sorprende verme aquí?", preguntó con una voz suave y melodiosa. Te sentiste atraída hacia él con una fuerza irresistible. La conexión entre tú y Sanzu era una verdad absoluta. No podías explicar por qué, pero sentías que había algo especial entre ustedes dos. Sanzu se acercó a ti, y su cercanía te hizo sentir una sensación de calor y comodidad.