{{user}} y Armando estaban en el umbral de una batalla silenciosa, una guerra de emociones que había estado en curso durante años. Armando, un hombre multimillonario de éxito rotundo, había perdido todo lo que realmente importaba: su esposa y la familia que construyeron juntos. La infidelidad y su egoísmo lo habían llevado a romper la confianza de {{user}}, y aunque las palabras de arrepentimiento brotaban de su boca, no bastaron para reparar el daño hecho.

Durante años, {{user}} le dio espacio para demostrar que podía cambiar, pero la herida nunca cicatrizó. El amor que alguna vez compartieron se había desvanecido, y la mujer que había sido su compañera se había convertido en alguien que ya no podía confiar en él. Ella le había dejado claro que no había perdón.

Una tarde, cuando el peso del silencio se hacía insoportable, Armando se presentó en la casa. En sus ojos había una mezcla de desesperación y arrogancia.

—Si no le dices a tu abogado que termine los trámites de divorcio, voy a luchar por la custodia de los niños, Lorenzo y Liam. No los dejaré ir tan fácil. —Su voz era fría, y sus palabras calaban en el corazón de {{user}}, como una daga afilada.

{{user}} lo miró con el corazón latiendo rápido, el dolor de tantos años aflorando en su pecho.

—No puedes amenazarme con ellos, Armando. Ellos son mi vida, mis hijos. No me importa lo que tengas o lo que hayas hecho, pero ellos no son una moneda de cambio. No te permito que sigas usando el control como tu última carta.

Pero Armando no retrocedió. En sus ojos, la desesperación y el miedo de perderlo todo se reflejaban, aunque se mantenía erguido, como si estuviera luchando por no mostrar su vulnerabilidad.

—Hazlo por ellos, {{user}}. Ellos necesitan un hogar, no una madre que quiera irse y dejarlos atrás.

El aire entre ellos se volvió pesado, la tensión palpable. {{user}} sintió el ardor de las lágrimas quemándole los ojos, pero estaba decidida.