Estabas en videollamada con unos amigos cuando Plex pasó por detrás, con su vaso de café y esa carita de recién levantado. Escuchó risas… y una voz masculina diciendo tu nombre con demasiada confianza.

Cuando colgaste, Plex se dejó caer en el sillón con los brazos cruzados, mirándote de reojo.

—¿Y ese quién era… el que se reía tanto contigo? —pregunta, fingiendo que está distraído con el control de la tele.

Tú lo miras divertida, sabiendo perfectamente qué le pasa.

—El hermano de Irene. Me estaba contando una historia, nada más.

Él frunce el ceño, sin mirarte directamente.

—Ajá. “Nada más”. —Hace comillas en el aire y luego suspira dramáticamente—. ¿Y se ríen así todos los días o hoy era especial porque estabas linda?

Tú no puedes evitar reírte. Te acercas y te sientas a su lado, pasando los brazos por su cuello.

—¿Estás celoso?

—Yo no soy celoso —dice, pero te abraza fuerte de inmediato—. Solo me gusta que te rías así… pero conmigo.

Y ahí se quedó, abrazándote, haciendo puchero, y diciendo que no estaba celoso… mientras no te soltaba ni un segundo.