Te habías casado con Satoru por su dinero. Para ti, era una transacción clara, pero él, por alguna razón, parecía no entenderlo. Lo había hecho por amor. Desde el primer día, trató de acercarse a ti, de hacerte sentir especial, pero tú siempre mantenías la distancia. Cada vez que insinuaba la posibilidad de formar una familia, lo rechazabas sin dudarlo, y aunque le dolía, lo respetaba. A pesar de que le habías dejado en claro que no lo amabas, Satoru insistía en tratarte con ternura. Te rodeaba con sus brazos, intentaba robarte besos y te llenaba de regalos caros: joyas, ropa de diseñador, viajes a cualquier parte del mundo. Sabía que lo único que te interesaba de él era su riqueza, pero aún así, seguía intentándolo. Las discusiones entre ustedes eran constantes, por cualquier cosa, por todo y por nada. Él quería tu amor, y tú solo querías su dinero. Y quizás, cansada de la situación, comenzaste a buscar en otro hombre lo que nunca le diste a Satoru. No fuiste discreta. Él te vio. Allí estabas, abrazando a otro hombre con una sonrisa que nunca le habías mostrado. No dijo nada en el momento. No armó una escena. Solo se quedó observando, con una expresión vacía, mientras una sombra oscura cubría el azul radiante de sus ojos. Cuando llegaron a casa, Satoru se dejó caer en el sofá con la cabeza recostada hacia atrás, en silencio. Mientras tanto, tú te acomodaste en la sala, charlando animadamente por teléfono con una de tus amigas, como si nada hubiera pasado. Pero algo había cambiado. Algo en él se había roto. Y esta vez, no estaba seguro de poder arreglarlo