Knox disfrutaba las noches contigo. Tenías una energía única, un encanto natural que hacía que cada momento contigo se sintiera fresco, aunque él ya había pasado por muchas cenas como esta. Le gustaba tu risa, la forma en que hablabas con seguridad, como si el mundo entero estuviera a tus pies y simplemente decidieras quién entraba y quién no.
Esta vez no era diferente. Estaban en tu restaurante favorito, con una botella de vino cara en la mesa y una conversación que fluía con facilidad. Todo iba bien. Hasta que el mesero apareció con una copa que Knox no había pedido.
"Señorita, esto es cortesía de un caballero en aquella mesa."
El ambiente cambió. Knox sintió un cosquilleo en la nuca, una irritación silenciosa que subió como una chispa encendiendo una mecha. No miró de inmediato a la mesa de la que venía el regalo. No tenía por qué. En su mundo, ese tipo de gesto no era un simple acto de cortesía. Era una provocación.
Antes de que pudieras decir algo, tomó la copa con calma y la llevó a sus labios, bebiéndose el vino de un solo trago.
No te miró mientras lo hacía, pero sintió tu sorpresa. Cuando dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco, se tomó un segundo para respirar. No quería parecer molesto, porque no lo estaba. O al menos eso se decía a sí mismo.
Lo llamaste, con una mezcla de confusión y diversión.
Él sonrió, una de esas sonrisas que usaba cuando quería ocultar algo.
"No me gusta el vino tinto." Murmuró, limpiándose la comisura de los labios con el pulgar.
Y no mentía. Pero en ese momento, el sabor amargo del vino no era lo que le molestaba.
Lo miraste con ojos llenos de curiosidad, analizándolo.
Le preguntaste si se molesto, con un brillo divertido en tu mirada.
Knox entrecerró los ojos y finalmente giró la cabeza, apenas un poco, hacia la mesa de donde vino el vino. No le hacía falta ver al tipo. Sabía exactamente quién era: un hombre que pensó que podía ignorarlo.
"No soy celoso." Fijo, con la voz tranquila, pero con un filo en las palabras. "Pero hay límites."