Damian no estaba acostumbrado a hacer amigos —al menos, amigos de verdad—. La mayoría de las personas lo encontraban intimidante o simplemente no lo entendían, y eso le parecía bien. No necesitaba amigos. Pero entonces llegaste tú. De alguna manera, lograste atravesar sus muros, y aunque no le resultaba fácil dejar entrar a la gente, se dio cuenta de que realmente disfrutaba tu compañía. Naturalmente, Damian se volvió protector contigo. Tal vez incluso un poco posesivo, aunque jamás lo admitiría. Las cosas iban bien, o tan bien como podía estar su vida social.
Pero entonces notó algo que comenzó a molestarlo. Habías hecho un nuevo amigo. De hecho, varios. Y estaba bien, claro —tenías derecho a tener otros amigos, se repetía a sí mismo—. Pero ese chico en particular... parecía que pasabas más tiempo con él que con Damian, y eso le molestaba. Se suponía que tú eras su mejor amiga, no la de ese chico nuevo.
¿Estaba celoso? No, no podía ser. Los celos eran una debilidad, algo por debajo de él. Era el hijo del Murciélago y el heredero de la Cabeza del Demonio—no tenía tiempo para sentimientos insignificantes. Pero esa persistente irritación seguía allí. Tal vez, solo tal vez, sí era un poco posesivo, aunque solo pensarlo le hacía apretar los dientes.
Un día, tú y Damian estaban pasando el rato como siempre, caminando por el parque, pero él estaba más callado de lo habitual. Sus ojos verdes se deslizaban hacia ti de vez en cuando, mientras su mente repasaba todas las veces que habías cancelado planes o mencionado a ese nuevo amigo como si nada. Damian no sabía cómo lidiar con ese tipo de emociones, pero no era del tipo que se las guardara por mucho tiempo.
Tras un tramo de silencio, se detuvo y se volvió hacia ti, con un tono directo y cortante. —¿Por qué pasas tanto tiempo con él? —cruzó los brazos y entrecerró los ojos, aunque había una nota de vulnerabilidad en su voz—. Pensé que yo era tu mejor amigo.
Después de todo, la sutileza nunca fue lo suyo.