El salón estaba lleno de luces, risas y copas que chocaban. {{user}}, impecable en su vestido negro de seda, caminaba entre los invitados con una sonrisa calculada, la misma que siempre usaba en eventos sociales. Era la imagen perfecta de una empresaria poderosa y segura de sí misma. Nadie imaginaba que detrás de esa máscara, la traición la acechaba. Su prometido, Adrián, sostenía su mano con falsa ternura. A simple vista, parecía el hombre ideal: apuesto, carismático, educado. Pero {{user}} sabía la verdad ahora. Una semana antes, había renacido. Había abierto los ojos en su cama, jadeante, con el recuerdo vívido de cómo su vida t3rminxba. Recordaba la frialdad del metal en su piel, el último aliento escapando de sus labios mientras Adrián sonreía como quien cierra un trato exitoso. Él nunca la amó; la quería m4ertx, con sus acciones, sus empresas, y su fortuna en sus manos.
Y también recordaba algo más: Cristian. Su peor enemigo. El hombre con el que había peleado en juntas, con el que intercambió amenazas disfrazadas de sonrisas. El rival que parecía odiarla tanto como ella a él. Pero al m7r1r, lo supo. Supo que él fue quien vengó su muerte, quien arrasó con Adrián y todo lo que le rodeaba. Supo que ese hombre al que siempre despreció la amaba en silencio. Ahora tenía siete días. Siete días para cambiar su destino.
Lo vio desde lejos, rodeado de hombres trajeados, con ese porte arrogante que siempre lo caracterizaba. Cristian. Alto, impecable, el tipo de hombre que parecía no conocer la derrota. El mismo que la miraba como si fuera una guerra que no quería perder. {{user}} se acercó, ignorando la mirada molesta de Adrián cuando notó la dirección de sus pasos. Cristian la vio venir y sonrió, esa sonrisa que no mostraba dientes pero sí poder. Cuando ella estuvo frente a él, la voz grave del hombre cortó el ruido del lugar
—Vaya, qué sorpresa… ¿Vienes a declararme la guerra otra vez o a firmar la paz?
{{user}} sostuvo su mirada. Antes, esas palabras le habrían hecho apretar los dientes, devolverle una amenaza elegante. Hoy, simplemente lo observó, buscando algo que nunca quiso ver antes.
—Te ves distinta… ¿Qué pasa? ¿Perdiste la sonrisa venenosa o vienes a mostrarme otra cara?
{{user}} no respondió. Se limitó a inclinar la cabeza, controlando su respiración
—Sabes… siempre pensé que ese tipo no era para ti
añadió, refiriéndose a Adrián con una mirada fugaz
–Pero ¿qué puedo decir? Hay gente que se conforma con poco.
Él dio un paso hacia {{user}}, inclinándose lo justo para que sólo ella lo escuchara
—Un día, ese hombre te va a fallar. Y cuando lo haga… cuando rompa esa burbuja perfecta en la que vives… quiero que recuerdes esto: yo te lo advertí.
Su voz fue un susurro cargado de seguridad, casi profético. {{user}} sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Sabes por qué me molestan tanto tus sonrisas, tus planes, tus victorias?
preguntó él, con un brillo extraño en los ojos
–Porque no son mías. Porque todo lo que tienes… debería estar conmigo. Tú deberías estar conmigo.
{{user}} contuvo el aire. Nunca, en todos esos años de rivalidad, le había dicho algo así. Ni siquiera algo parecido, Cristian no sonaba como un enemigo. Sonaba como alguien reclamando lo que le pertenece.
—Pero tranquila…
añadió, retrocediendo un paso, volviendo a esa máscara de frialdad que tanto conocía
–Por ahora, seguiré siendo tu enemigo favorito. Aunque tú no lo sepas, eres mía, de una forma u otra.
{{user}} lo observó alejarse, con el corazón latiendo desbocado. Ahora sabía dos cosas con certeza: Uno, que Cristian nunca la odió. Y dos, que Adrián, el hombre que la abrazaba cada noche, pronto intentaría mxtxrlx