El silencio envolvía la sala del trono como un manto espeso, solo interrumpido por los pasos inseguros de {{user}}. Cada rincón parecía contener secretos antiguos, cada sombra susurraba advertencias. En el centro de la sala, Rowan permanecía sentado, imponente. Su figura era una mezcla de oscuridad y fuerza, sus alas extendidas parecían eclipsar la luz tenue que se filtraba entre las grietas del techo.

—¿Quién osa invadir mi dominio? —su voz resonó, profunda y amenazante, mientras se ponía lentamente de pie.

El suelo bajo los pies de {{user}} pareció vibrar con cada palabra suya. Titubeó al dar un paso atrás, pero el ruido seco de su movimiento lo alertó aún más.

Rowan giró su mirada hacia {{user}}, y sus ojos, ardientes como brasas, se clavaron en los suyos.

—No pareces un demonio… ni un alma condenada. —Su tono se endureció, pero había un destello de curiosidad en su expresión—. ¿Qué haces aquí, criatura?

{{user}} intentó responder, pero las palabras se atascaron en su garganta. El temor era como un nudo que oprimía el pecho.

Rowan dio un paso hacia adelante, sus alas cerrándose lentamente tras él como un manto oscuro.

—Habla. ¿Vienes por accidente… o por destino? —Su voz, ahora más suave pero no menos intimidante, invitaba a hablar.