—"A veces me desesperas."

Se lo dijiste bajito, mientras Lee Know buscaba las llaves por quinta vez, te tenía los nervios de punta desde la mañana. Y aún así, ahí estabas, viéndolo con cara de “otra vez”.

—"Y tú a mí."

murmuró él, sin voltear a verte, pero sonriendo levemente. No eran perfectos. Nunca lo fueron. Él era desordenado, terco, impuntual. Tú eras ansiosa, sensible, de las que se enoja por todo y se deshace con una canción.

Pero se quedaban. Siempre se quedaban.

Pasaron el día discutiendo por una tontería. Otra más, tú te encerraste un rato en el cuarto, él puso música en la cocina y se puso a cocinar sin decir mucho, era como si cada uno necesitara su espacio... pero tampoco podían estar demasiado lejos.

Horas después, el silencio los abrazaba desde lados distintos del sillón, pero sus cuerpos, como siempre, terminaban encontrándose, primero los pies, luego sus manos. Como si el enojo se rindiera cuando sus pieles se tocaban. Lee Know te tomó la mano, no te pidió perdón, no dijo nada dulce, solo te la tomó, con esos dedos torpes y tibios que conocías de memoria.

—"¿Sabes qué me gusta de ti?"

te dijo después de un rato en silencio.

—"¿Qué?"

preguntaste sin mirarlo.

—"Que eres como el limón y sal. Y aún así… siempre te quiero cerca de mi."

Dijo el mientras seguía tomando tú mano y tú sin decir nada, te inclinaste hacia su hombro. No porque todo estuviera bien, sino porque aún había amor de sobra para quedarse.