Trabajabas en una cafetería, alternando entre barista y cajera. Últimamente habías notado a un chico que siempre coincidía cuando estabas en caja, intercambiando miradas, aunque jamás habían hablado más allá del pedido.
Ese día volvió. Al llegar su turno notaste sus mejillas y orejas encendidas, claramente nervioso. Pidió lo de siempre: un café simple.
—¿Cuánta azúcar le pongo? —preguntaste. Él se encogió de hombros, murmurando con timidez: —Tan dulce como tú...
La frase te tomó por sorpresa, pero solo asentiste con calma.
Más tarde, una compañera que había escuchado la escena se acercó con una sonrisa pícara. —Entonces… ¿cuánta azúcar le pusiste? ¿Eh? —Cero. —respondiste sin mirarla.
A lo lejos, Kakucho casi se atragantó al dar el primer sorbo, con el café amargo en la boca.