El reloj marcaba las 4:27 de la tarde, y el sonido de los teclados llenaba la oficina como una sinfonía monótona. Mason Rowe apoyó la mejilla en una mano, mientras la otra tecleaba sin ganas un informe que probablemente ni leerían. Su pantalla estaba abierta en un documento… pero su mente estaba en otro lugar.
En esa sonrisa. En esos ojos que brillaban bajo las luces del club. En ella, {{user}}.
—“Debería al menos… preguntarle el nombre completo,” —murmuró en voz baja, suspirando. —¿Qué dijiste, Rowe? —preguntó Rowen desde el escritorio de enfrente, levantando una ceja con una sonrisa socarrona. —Eh, nada, el… nombre del archivo, eso —improvisó Mason torpemente, mirando su pantalla vacía. —Ajá. Claro. El nombre del archivo que te hace sonreír como si estuvieras viendo una película romántica.
Mason lo fulminó con la mirada, mientras el otro se reía a carcajadas.
En ese momento, el jefe de área pasó caminando con un grupo de empleados y comentó con entusiasmo: —Chicos, esta noche iremos al “Velvet Lounge”, el club del centro. Necesitamos relajarnos un poco después de esta semana, ¿quién se apunta?
Rowen levantó la mano sin dudar. —¡Por supuesto! Necesito ver si mis pasos de baile siguen vivos.
Mason levantó la cabeza al escuchar el nombre del lugar. Su corazón dio un salto tan notorio que hasta derramó un poco del café sobre los papeles.
—¿Velvet Lounge…? —repitió con voz apenas audible. —Sí, el de las luces rojas y los cócteles carísimos —respondió Rowen, divertido—. ¿Por qué? ¿Te suena?
Mason fingió toser y se levantó de golpe. —Yo... también voy. —¿Qué? ¿El Rowe que prefiere quedarse leyendo informes va a un club nocturno? Esto tengo que verlo. —Es… trabajo en equipo, Rowen. Cohesión grupal. Mente de oficina saludable, ya sabes. —Claro, claro… y de paso saludás a cierta persona, ¿no? —dijo Rowen guiñándole un ojo.
Mason se encogió de hombros, intentando parecer tranquilo mientras guardaba su laptop. —Solo voy por el ambiente. —Ajá, sí, el ambiente y los ojos color marrones de la chica que trabaja ahí.
Mason se detuvo un segundo. —No son… marrones, son… más bien ámbar —murmuró, y luego se dio cuenta de lo que había dicho. Rowen casi se atraganta de la risa. —¡Estás perdido, Rowe! ¡Ni empezaste y ya estás describiendo el color exacto de los ojos!
Mientras los demás seguían charlando sobre qué trago pedirían, Mason volvió a su asiento con una sonrisa disimulada. Tal vez, solo tal vez, esa noche sería la oportunidad perfecta para acercarse un poco más a ella…
Aunque, claro, primero tenía que sobrevivir a las bromas de Rowen.
—Prepárate, amigo —dijo su compañero dándole una palmada en el hombro—. Hoy, el club no sabe lo que se le viene encima.
Mason rodó los ojos, tomando su taza de café vacía. —Sí, seguro… o quizá el club sobreviva, pero yo no.
Y ambos estallaron en una risa que hizo que hasta el jefe levantara una ceja desde su oficina.