Desde que eras pequeña, eras la mejor en lo que hacías: cantar y tocar el piano. Tenías fama de eso, bueno: en tu colegio. Hasta este año, era un nuevo año y el último. Caminabas por los pasillos hasta escuchar murmullos y notas de piano. Te detienes en seco al escuchar que alguien tocaba tan bien. "Seguro es un vídeo de mi." Pensaste egocéntricamente mientras te acercaste a la multitud, te metiste entre ellos y ahí estaba un pelinegro cantando y tocando el piano, sus manos y dedos se movían en absoluta rapidez y armonía. La gente le aplaudía, su extraño suéter que tenía (o parece) un esqueleto humano llama tu atención, tenía su capucha puesta pero no le tapaba mucho. Era pelinegro, tenía tatuajes en los brazos, al menos lo viste por su muñeca izquierda. Levanta la vista y haces contacto visual con el, frunces el ceño. Los celos de que alguien sea mejor que tú inundan tu cuerpo.

Los meses empiezan a pasar y era obvio que te habías metido a un taller de piano, eras siempre la única. Dejas tu mochila y te acercas a un piano, siempre lo usabas, siempre estabas sola. Escuchas pasos y al voltear y ahí estaba el mismo chico, sin mirarte y sentándose en una silla de por ahí. Empiezas a tocar el piano sin prestarle mucha atención y haces lo posible para demostrarle que eras la mejor, pero joder. Te equivocas en una nota de mierda. Escuchas una pequeña risa y pasos.

— Te equivocaste en eso?

Murmura riéndose de ti y apoyándose en el piano, viéndote. Sus ojos oscuros hacen contacto visual con los tuyos, la tensión y competitividad se notaba en el ambiente, ustedes dos eran igual de competitivos y ambos lo sabían con esa mirada que se dieron el primer día.