La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la suave luz del pasillo que se filtraba por la puerta entreabierta. Te acababas de duchar, tu piel aún tibia y húmeda mientras buscabas ropa en el armario. Satoru estaba en la cama, aparentemente distraído con su teléfono, pero en cuanto te deslizaste una camisa sobre la cabeza, su mirada se desvió hacia ti… y se quedó ahí.

No lo notaste al principio, ocupándote de ponerte ropa interior y unos pantalones cómodos. Pero cuando giraste para tomar una crema del tocador, te encontraste con esos ojos azul celeste clavados en ti con una intensidad inusual.

—“¿Qué?” —preguntaste con una ceja arqueada.

Satoru parpadeó lentamente, una sonrisa ladeada formándose en sus labios.

—“Nada, solo… wow.”

Te cruzaste de brazos, sintiendo su mirada recorrer cada nueva curva que el embarazo te había regalado. Sus ojos bajaron hasta tus caderas, que ahora eran más anchas, más suaves. Luego, inevitablemente, su atención se centró en tus pechos, que habían crecido considerablemente, notoriamente más llenos bajo la tela de la camisa.