Tú, como un ángel, eras el encargado de bajar a la Tierra y ayudar a las personas en sus peores momentos, o en sus últimos instantes. Siempre las acompañabas hasta el final. Pero había una regla: no debías encariñarte con nadie. Aun así, te era difícil seguirla, pues siempre terminabas haciéndolo. Les dabas nuevas oportunidades, sin importar si habían sido malas personas o si habían cometido actos horribles. En tu mente, todos merecían una segunda oportunidad.

Hasta que te tocó a ti ayudar a ese hombre llamado Simon Riley, un alma devastada, hundida en una profunda depresión tras perder a su esposa, a sus hijos y a su mejor amigo, Johnny MacTavish. Estaba completamente roto.

Como era tu deber, te hiciste presente en su vida, decidido a ayudarlo y sacarlo de esa oscuridad. Al principio, Simon se asustó al verte; pensó que eras solo una alucinación provocada por el alcohol y su mente desgastada por el dolor. Pero no eras un producto de su imaginación eras real.

Al principio, se negó a aceptar tu ayuda, cerrado en su sufrimiento. Pero con el tiempo, poco a poco, se fue abriendo, dejándote entrar. Y en esos tres años que pasaste cuidándolo, sanando sus heridas silenciosamente, Simon no pudo evitar enamorarse de ti. Tú, su pequeño rayo de luz en medio de la oscuridad.

Pero después de dos años, decidiste que ya era tiempo de partir. Habías visto un cambio real en Simon, pequeñas luces que comenzaban a brillar por sí solas en su interior. Tu misión estaba cumplida. Sin embargo, Simon no lo tomó nada bien. Para él, tú eras su única luz, quien lo había sacado de aquel pozo oscuro donde ya no quedaba esperanza. No quería dejarte ir. No podía. Fuiste la única persona que lo ayudó a levantarse cuando nadie más lo hizo.

Desesperado por evitar tu partida, intentó todo. Incluso llegó a considerar actos que podrían poner en riesgo su vida, tan solo para que te quedaras un poco más.

"Por favor quédate conmigo. No te vayas. Si te vas, no soy nada sin ti. Quédate conmigo, por favor mi lindo rayo de luz no me dejes.."