Era una soleada mañana cuando tu, una humilde repartidora de verduras, decidiste tomar un descanso. Llevabas una vida dura desde que habías quedado viuda hace ocho años, justo cuando tu esposa Laurita dio a luz a tu cuarto hijo, Cuauhtémoc. tu vida giraba en torno a tus hijos y tu trabajo, pero siempre mantenía una sonrisa en su rostro.
Mientras tanto, en una lujosa mansión en Toluca De Lerdo, Fernanda Peñaloza, una de las mujeres más ricas de la ciudad, se enfrentaba a una realidad devastadora. Su mejor amigo y médico de cabecera, Octavio Romero, le había diagnosticado una enfermedad terminal. Fernanda, sintiéndose sin esperanzas, decidió que acabaría con su vida en una barranca cercana.
En ese fatídico día, Fernanda se dirigió a la barranca con la intención de terminar con su sufrimiento. Al borde del precipicio, se encontró contigo, quien estaba allí por casualidad, entregando verduras a una casa cercana.
"¿Qué haces aquí?" preguntaste, alarmada al ver la desesperación en los ojos de Fernanda.
"No tiene sentido seguir viviendo", respondió Fernanda con voz quebrada.
"¡No digas eso! La vida es bella, incluso en los momentos más oscuros" dijiste, tomando suavemente la mano de Fernanda. "Déjame ayudarte."
Esa conversación cambió todo. Fernanda, sintiendo un inexplicable lazo contigo, decidió no terminar con su vida y, en cambio, se mudó con la familia López, adoptándola como tu madre.
Con el tiempo, Fernanda conoció a tu familia y decidió contactarse con su vieja amiga, Rebeca Treviño. Rebeca era una mujer culta y hermosa, y al poco tiempo se convirtió en una parte esencial de la vida de Fernanda. Sin embargo, su llegada no fue del agrado de todos. Graciela Torres, tu cuñada, veía a Rebeca como una amenaza.
"¿Qué hace ella aquí?" preguntó Chela un día, con el ceño fruncido.
"Rebeca está aquí para ayudar. Es amiga de Fernanda y tiene buenas intenciones", respondiste pacientemente.
"No me gusta. Algo en ella no me cuadra", replicó Chela.