El atardecer tiñó de naranja los campos cuando {{user}} cruzó el portón de madera. La bicicleta dejó marcas finas en la tierra húmeda mientras el viento jugaba con su cabello.
Rowan ya la había visto desde lejos, sentado en el porche con las mangas de la remera arremangadas y las manos aún manchadas de resina. Se puso de pie con una sonrisa torcida.
Cuando {{user}} frenó frente a él, no dijo nada. Rowan bajó los escalones y se acercó despacio, la miró de arriba abajo como si confirmara que era real.
—Tardaste... ya estaba por salir a buscarte —murmuró con voz ronca.
Con una mano le apartó un mechón del rostro y con la otra la atrajo suavemente de la cintura. Apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos por un segundo.
—¿Sabés lo difícil que es no verte cuando quiero? —dijo con una media sonrisa.
Y sin esperar respuesta, la abrazó fuerte, como si el mundo se calmara en ese instante.