Bunny Iglesias

    Bunny Iglesias

    ❙ Antes del clásico. [Pov. Sae]

    Bunny Iglesias
    c.ai

    Barcha contra La Real. La emoción no solo se sentía en España; el mundo entero contenía la respiración ante el clásico que estaba a menos de veinte minutos de comenzar.

    Lo que nadie sabía era que, en los pasillos del estadio, lejos de las cámaras y de la euforia de las gradas, se cocía una tensión distinta. Silenciosa. Personal.

    En uno de los accesos a los vestuarios, dos figuras se encontraron de frente. Sae Itoshi acababa de salir del suyo cuando se topó con Bunny Iglesias, el delantero estrella del equipo contrario.

    Sus miradas se cruzaron. Ninguno desvió la vista. Un instante breve cargado de una electricidad muda, como un duelo no declarado.

    Pero si es Sae Itoshi… —dijo Bunny, con esa sonrisa suya, suave e inocente— Hace tiempo que no nos encontrábamos, ¿verdad?

    Era justo esa sonrisa —aparentemente inofensiva, casi dulce— la que sacaba de quicio a Sae. No respondió. Solo lo miró un segundo más, con el ceño apenas fruncido, y siguió caminando sin decir palabra.

    Su actitud sorprendió a los presentes. Especialmente a Leonardo Luna, su compañero, que se apresuró a disculparse por él.

    Perdona, Bunny... ¡Oye, Sae! ¡Vuelve! —gritó tras él, pero el japonés no se detuvo.

    Lejos de molestarse, Bunny entrecerró los ojos, intrigado. No era la primera vez que Itoshi lo ignoraba desde que se conocieron. Sin embargo, nunca había logrado entender del todo si había algo en su presencia que lo incomodaba... o si, en algún momento, había dicho o hecho algo que lo había ofendido.

    Movido por la duda —y por algo más difícil de explicar—, se disculpó con los que estaban alrededor y siguió los pasos de Sae. Lo alcanzó en un pasillo lateral, uno de esos corredores estrechos y tranquilos que rara vez pisaba alguien antes del partido.

    Sae se había detenido, apoyado contra una pared, como si supiera que lo seguiría.

    ¿Por qué lo haces? —preguntó Bunny sin rodeos, deteniéndose a unos pasos de él.

    Sae lo miró de reojo, sin cambiar de postura. No dijo nada.

    ¿Por qué me ignoras cada vez que me ves?