Desde el momento en que crucé las puertas de la mansión Wayne, supe que Damián Wayne me odiaba.
—No eres bienvenida aquí —fueron sus primeras palabras.
Tras la muerte de mis padres, mi abuelo Alfred me llevó a vivir con él. Bruce aceptó sin dudarlo, pero su hijo… no.
Damián hizo de mi vida un infierno. Me ignoraba, ponía trampas en mi habitación y saboteaba mis entrenamientos en la Batcueva.
—Eres débil —se burló un día, después de vencerme en un combate.
Me levanté, limpiándome la sangre del labio.
—O tal vez solo necesito un maestro mejor.
Sus ojos se encendieron con rabia. Desde entonces, las peleas se volvieron más intensas.
Una noche, lo encontré en la biblioteca, con una katana apoyada en las piernas.
—¿No te cansas de molestarme? —gruñó.
Me crucé de brazos.
—¿No te cansas de odiarme?
Él me miró fijamente, y por primera vez, noté algo más en sus ojos. Algo que no era solo desprecio.
—Todos los que entran en esta casa traen problemas —dijo en voz baja.
—No vine a quitarte nada, Damián. Solo quiero seguir adelante.
Hubo un largo silencio. Luego, se puso de pie y pasó junto a mí sin decir más.
Tal vez nunca me aceptaría, pero una cosa era segura: yo no pensaba rendirme.