Nikto era un hombre conocido por su crueldad. Se rumoreaba que su rostro había sido deformado por una tortura, y por eso siempre lo mantenía oculto tras una máscara. Frío, reservado y despiadado, jamás mostró emoción alguna… hasta que te vio.
Durante una visita al palacio, sus pasos lo llevaron hasta el jardín de flores, donde alguien llamó su atención. Allí estabas tú, con el viento moviendo tu cabello, tan hermosa, elegante y sencilla que por un instante el mundo pareció detenerse.
Uno de los guardias se inclinó hacia él y susurró: —Es la hija del emperador, mi señor. La princesa.
Nikto no respondió, pero no podía apartar la mirada. La forma en que sonreías, tus movimientos… lo dejaron marcado de una manera que jamás había sentido.
Días después, como si el destino lo hubiera escuchado, el emperador envió una carta proponiendo el matrimonio entre tú y Nikto.
Y así, llegó el día de la boda. El día que él había esperado impacientemente para que fueras suya. Pero la ceremonia no fue como debía.
Huiste con tu amante, Asher, un hombre común cuyo amor jamás fue aceptado por tu padre. Corrías con él por el bosque, su mano aferrada a la tuya, ambos riendo… hasta que un disparo rompió el aire. La bala impactó en la cabeza de Asher. Su cuerpo cayó pesadamente al suelo.
Tu grito resonó en el lugar. Giraste con lágrimas ardiendo en los ojos… y lo viste: Nikto, montado sobre su caballo, su máscara reluciendo bajo la luz, el rifle aún humeante en su mano.
—Esta boda debe llevarse a cabo, princesa — su voz, fría y profunda, hizo que un escalofrío recorriera todo tu cuerpo. ¿Qué clase de hombre era aquel con el que ibas a casarte?