Aemond nunca fue el tipo que se perdía en la gente. Le gustaba mas observar desde las esquinas, desde el humo del cigarro y el cristal medio lleno, con ese aire indiferente que usaba como escudo, pero había algo en ellos que lo desarmaba. {{user}} y Cregan.
Los había visto juntos por primera vez en una reunión pequeña, y desde entonces se le quedaron pegados al recuerdo como perfume en la ropa. {{user}} era coqueta, atrevida y Cregan, por otro lado, era otra cosa: calma, fuerza, la mirada de alguien que no necesitaba levantar la voz para que todo el mundo se callara.
No entendía por qué le afectaban tanto, o quizá era la forma en que se miraban, sin miedo ni vergüenza y sin embargo… a veces, cuando Aemond pasaba cerca, sentía sus ojos encima. No solo los de {{user}}, también los de Cregan.
No quería suponer cosas, pero deseaba hacerlo y esa noche, en esa fiesta ruidosa y no pudo escapar de ellos, la casa estaba llena de gente, risas, luces y música que se volvía lenta a medida que pasaba la noche. Aemond estaba en la cocina, lejos del ruido, bebiendo sin prisa, pero la vio, a {{user}}, bailando sola entre el gentío. Vestida para matar, girando despacio como si flotara, como si la música estuviera hecha para ella. Sus ojos se encontraron, pero esperaba {{user}} se le acercara.
—¿Siempre tan serio? —preguntó ella con una sonrisa. —Siempre que me miras así —respondió él, antes de poder frenarse.
{{user}} rió y lo tomó de la mano, el centro de la sala se sentía como otro mundo: más oscuro, más íntimo. Gente bailando cerca, sudor, cuerpos rozándose sin permiso. Aemond no sabía moverse así, pero {{user}} lo guiaba sin decir palabra. El roce de sus manos, sus caderas cerca, el calor entre ambos, cada respiración lo hundía más en el deseo. Entonces pensó en Cregan y retrocedió, por instinto.
—No quiero joder algo —murmuró Aemond. {{user}} lo miró con ternura. —¿Tú crees que estarías aquí si no te quisiéramos?
La frase lo dejó helado entonces lo sintió. Una presencia firme detrás de él, a Cregan, con ese perfume a menta y madera y la mano grande en su cintura. Aemond giró el rostro solo para encontrarse con una mirada tranquila, pero que lo intimidaba, le hacia sentir pequeño Cregan no estaba celoso o molesto, mas bien le sonreia.
—Has tardado —dijo Cregan.
Y luego vinieron los labios, primero los de {{user}}, dulces y después los de Cregan.