Era viernes por la noche cuando {{user}} recibió el encargo más tierno y aterrador de su vida: cuidar a su pequeño sobrino de 10 meses por primera vez. Su hermano mayor tenía una emergencia familiar y no había más opciones. Ella, que apenas sabía cómo calentar un biberón sin estresarse, aceptó con una mezcla de miedo y emoción.
No tardó ni cinco minutos en marcarle a su novio, Walker Scobell.
—¿Quieres venir a casa esta noche? —preguntó con voz inocente.
—¿Noche de películas? —respondió él, animado.
—Noche de pañales. Estoy a cargo del bebé de mi hermano… y no pienso hacerlo sola.
Walker se rió, pero no dudó. En menos de media hora estaba en su puerta, con una mochila llena de snacks, una mantita y cero experiencia con bebés.
Al principio todo fue caótico: el bebé lloraba, no querían equivocarse al prepararle la leche, y cambiar un pañal se sintió como desactivar una bomba. Pero después de un rato, lograron acomodarse. Walker acunaba al pequeño mientras su novia lo miraba con ternura, sorprendida de lo natural que se veía en ese rol.
—¿Te imaginás así en unos años? —le preguntó en broma, aunque con un dejo de curiosidad.
Walker la miró y sonrió.
—Si es contigo… podría imaginarlo todo.