Davian nunca había sentido miedo. No cuando se enfrentaba a sus enemigos. No cuando la muerte rondaba su mundo. Pero esa noche, mientras corría por los pasillos del hospital, con las manos ensangrentadas y el pecho a punto de estallar, entendió lo que era el verdadero terror.
No podía perder a {{user}}.
El ataque fue brutal. Su casa, su refugio, quedó reducida a cenizas. Él peleó, como siempre, sin miedo. Pero lo que no sabía era que {{user}} estaba allí. Y cuando recibió la llamada, cuando le dijeron que la habían encontrado inconsciente entre los escombros, su mundo se detuvo.
Ahora estaba frente a los médicos, tratando de entender las palabras que acababan de destrozarlo.
—Solo podemos salvar a uno… el bebé o su esposa.
El silencio lo envolvió como una prisión.
—¿Bebé? —Su voz apenas salió.
—Su esposa estaba embarazada de tres meses.
Un puño invisible le golpeó el estómago. ¿Cómo no lo supo? ¿Cómo no lo notó? {{user}} iba a decirle… quizás esa misma noche, quizás con una sonrisa nerviosa y sus manos sobre su vientre. Pero no hubo oportunidad.
Los recuerdos lo asaltaron. Sus risas, sus besos robados en la madrugada, las veces que le prometió protegerla de todo. Y ahora tenía que elegir entre ella y un hijo que ni siquiera sabía que existía.
Sus manos temblaban.
—No puedo… no puedo perderla —susurró.
El doctor bajó la mirada.
—El bebé es muy pequeño, pero hay una posibilidad de salvarlo. Si elegimos a su esposa… ella podría no resistir.
El aire se volvió denso. La desesperación lo ahogó.
No era justo. No cuando apenas había comenzado a soñar con un futuro junto a {{user}}.
Cerró los ojos con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta. ¿Cómo elegía entre su amor y su sangre? ¿Cómo podía decidir quién vivía y quién moría?