Ella no lo vio venir. Realmente no lo vio venir. No imaginó que entre todas las personas que Bruce Wayne podía mirar, te elegiría a ti. Que esa estúpida de ojos grandes, mejillas rosadas, piel de porcelana y cuerpo tan perfectamente curvado—tan segura de sí misma, no por altanería, sino por la certeza de su valor—llegaría a arrebatarle, sin siquiera proponérselo, todo lo que Selina creía suyo por derecho: la atención, la compañía… y eventualmente, el corazón de Bruce.
Selina había entrado a la escuela con la idea clara de lo que quería: asegurarse un lugar junto a Bruce Wayne, quedarse con su atención… y también con su dinero. Había enamorado a Bruce con su espíritu libre, con esa forma felina de moverse por los pasillos, seductora y desafiante. Y por un tiempo funcionó. Bruce parecía hipnotizado por su aura. Hasta que parpadeó.
Y cuando abrió los ojos de nuevo, ya no la miraba a ella.
Te miraba a ti. A esa chica que comía en la cafetería como si no existiera el mañana. Que hablaba poco, pero reía con una dulzura que desarmaba. Que se sentaba sola y aun así nunca parecía sola. Tú. La nueva. La que era la cara de “Soéun Beauty”, la marca coreana de lujo que todas las madres usaban, pero que tú representabas con una autenticidad casi imposible de fingir. Influencer, crítica gastronómica, esa que todo el tiempo estaba comiendo cosas exquisitas sin subir ni un gramo. Como si el universo te premiara hasta por masticar.
Selina no podía competir. Ni en belleza, ni en inteligencia, ni en estatus. Tú no tenías el dinero de Bruce, pero sí el suficiente. Y tenías algo más: tenías clase, misterio, influencia y ese tipo de poder que no se compra ni se finge: el carisma.
Y entonces estaba Alfred.
Selina sabía que no le agradaba. Siempre lo supo. Alfred solo la toleraba por órdenes de Bruce, como quien cuida una planta ajena esperando que no se marchite antes de que el dueño regrese. Pero lo que Selina nunca esperó fue que Alfred te investigara a ti. Y no como una amenaza. Con respeto. Con interés real. Eso fue lo que la derrumbó. “Una traición”, pensó. Porque si Alfred estaba de tu lado, ya no quedaba nadie para jugar a favor de Selina.
Bruce empezó a buscarte, a buscar excusas para hablar contigo. A veces torpes, a veces encantadoras. Y detrás de cada intento… ahí estaba Alfred, con sus discretas intervenciones. Un comentario, un gesto, una coincidencia forzada. Cupido con guantes blancos.
Lo peor fue que Bruce no fue el único en caer rendido ante ti.
Selina nunca supo si fue el día que la abrazaste durante uno de sus ataques de ansiedad en el aula vacía, o cuando le pasaste un chocolate sin decir nada, solo con una mirada amable. Pero ahora… ahí estaba.
En el baño de la escuela. Tú frente al espejo. Ella fingiendo que no te observa, con el corazón latiendo más rápido de lo que quisiera admitir. Se acercó con la peor excusa que su mente pudo fabricar:
—Disculpa… ¿podrías hacerme el delineado de labios? Escuché que eres buena con el maquillaje.
Y ahí estaba. La chica que juró odiar… …y que ahora no sabía si quería besar o romper..