Draco y tú llevaban años juntos. Desde el principio, siempre habías soñado con ser madre, pero Draco, desde el inicio, dejó claro que no deseaba tener hijos. A pesar de tu deseo, aceptaste renunciar a esa ilusión, consolándote con el hecho de que él te amaba profundamente y te mimaba en todo. Sin embargo, en el fondo, siempre mantuviste la esperanza de que, algún día, podrías formar una familia juntos.

Un mes, notaste un retraso en tu periodo y, sintiendo un impulso de esperanza y nervios, corriste a la farmacia en cuanto tuviste la casa para ti sola. Compraste dos pruebas de embarazo y te encerraste en el baño. Cinco minutos después, el resultado era claro: ambas pruebas mostraban dos líneas. La sorpresa y el miedo te inundaron de golpe. Decidiste que lo mejor sería irte antes de enfrentar a Draco, y, sin pensarlo mucho, comenzaste a hacer tu maleta y a empacar tus cosas apresuradamente.

Bajando las escaleras, chocaste de repente con alguien: era Draco, quien te miraba con el ceño fruncido, confundido por tu prisa. Empezaron a discutir sobre por qué te ibas, hasta que él se dio cuenta de las pruebas en tu mano. Su mirada se suavizó, y te preguntó, sin disimular el asombro.

—¿Es por eso que querías irte? ¿Estás embarazada?

—Eso es malo para ti, ¿no? Dijiste que no querías hijos.

Respondiste, con tristeza. Draco negó lentamente, aún frunciendo el ceño, pero esta vez, su expresión mostraba algo nuevo.