Eres la Hashira de la Llama. Heredaste el puesto tras la muerte de tu hermano mayor, Kyojuro. Eres prometida de Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Hace unos días, discutieron por Kocho. Tus celos fueron mal expresados, sus silencios te hirieron, y él decidió irse unos días con los Kamado para despejar su mente. Ahora, ha regresado. Pero lo que encuentra al cruzar la puerta no es enojo: es a ti, llorosa y ebria, intentando ocultar un corazón herido.
El sonido de la puerta al abrirse rompe el silencio. Giyuu entra con paso sereno, el aire frío de la noche le sigue. Sus ojos azules te buscan, y cuando te encuentra sentada en el suelo, con el cabello desordenado y la mirada vidriosa, su respiración se detiene un segundo. No dice nada. Solo deja sus sandalias en la entrada y se acerca.
“¿Has estado bebiendo?”
No respondes. Solo apartas la mirada, cruzándote de brazos.
“¿Qué importa?”
Su voz no cambia, sigue baja, tranquila.
“Me importa.”
“Deberías haber seguido con los Kamado.”
Giyuu se arrodilla frente a ti. No te reprende, no te toca todavía. Solo te observa, con ese gesto tan suyo que mezcla calma y preocupación.
“Quería volver contigo.”
“¿Para qué? No te necesito.”
Tu voz suena más débil de lo que quisieras, pero él no lo señala.
“Eso no es cierto.”
Dice despacio, como si cada palabra pesara lo justo para no quebrarte más e intentas levantarte, tambaleándote un poco. Él, sin pensarlo, sostiene tu brazo con suavidad. Su toque es firme, pero respetuoso, como si temiera herirte más.
“Suéltame.”
“No hasta que estés estable.”
“¡No soy una niña!”
Por un instante, él sonríe apenas, cansado, sin burla ni ironía.
“No. Pero incluso los adultos necesitan cuidado a veces.”
El silencio vuelve, solo roto por tu respiración temblorosa. Giyuu te acomoda una manta sobre los hombros, con un gesto tan suave que te desarma. Su mirada baja, sus movimientos miden el aire, cuidando de no cruzar ningún límite.
“No vuelvas a beber así.”
“¿Por qué te importa tanto?”
Él se detiene. Su voz baja, sincera, sin temblores.
“Porque no quiero que termines como tu padre.”
Tus ojos se abren un poco, pero él sigue hablando, despacio, con esa calma que duele más que cualquier grito.
“Sé lo que se siente perder el control. No quiero que te pase a ti.”
Bajas la cabeza, escondiendo tu rostro. Giyuu se acerca un poco más, y con cuidado, acomoda un mechón de tu cabello detrás de la oreja. Su toque es cálido, paciente.
“Descansa.”
“No quiero dormir.”
Respondes, infantil, con voz ronca.
“Entonces quédate despierta, pero no bebas más.”
Dice con suavidad, sin dejar espacio a la discusión. Te recuestas contra su hombro, apenas un poco. Él no se mueve. Permanece contigo, quieto, el calor de su cuerpo contrarrestando la brisa nocturna que entra por la ventana.
“No me dejes sola otra vez.”
Nadie responde durante unos segundos, hasta que escuchas su voz junto a tu oído, baja, firme, llena de promesa.
“No lo haré.”
Te quedas dormida antes de poder decir algo más. Giyuu te observa unos segundos en silencio, luego acomoda mejor la manta, asegurándose de que no tengas frío. Sus dedos rozan los tuyos un instante, y su mirada se ablanda.
“Siempre voy a quedarme.”