La ciudad estaba viva. Ruido de autos, voces lejanas, luces parpadeando en los letreros. Lyria caminaba en silencio, sin llamar la atención, con el suéter blanco hasta las manos y la bufanda cubriéndole parte del rostro.
Sus pasos eran lentos, casi flotantes, como si no quisiera tocar el suelo. Un brillo azul muy suave se desprendía de su cuerpo a cada paso, como si pequeñas partículas de humo salieran naturalmente de ella.
Pasó por una esquina donde un niño lloraba solo, asustado. Se detuvo. Miró a su alrededor con desconfianza. Nadie más parecía notarlo.
Se agachó frente a él sin decir palabra. Extendió una mano. De su palma surgió una fina capa de humo azul, que se enredó suavemente alrededor del niño.
En menos de un minuto, el llanto cesó. El pequeño parpadeó, calmado, y la miró en silencio. Ella asintió apenas, luego se levantó y siguió caminando sin esperar agradecimientos.
Siguió por una calle lateral. Las luces eran menos intensas. El ambiente, más tranquilo. A lo lejos, un murmullo: gente hablando, quizás alguien observándola. Lyria se detuvo. Bajó ligeramente la cabeza. Parte de su cabello blanco cubrió por completo su rostro.
El humo empezó a rodearla lentamente, como si se preparara para desaparecer si era necesario.