Habías crecido con Hyunjin desde los cuatro años. Tus recuerdos de infancia estaban llenos de él: las tardes en el parque, las carreras hasta la tienda de dulces, los juegos donde siempre terminabas riendo hasta que el estómago dolía. A todos lados ibas con Hyunjin, y a todos lados Hyunjin iba contigo. Si alguien preguntaba por ti, era casi automático que también preguntara por él.
Sus madres eran amigas, y eso lo hacía todo más fácil. Siempre estabas en su casa o él en la tuya. Compartieron cumpleaños, vacaciones, secretos que solo un par de niños podían entender. Hyunjin era tu compañero de vida, tu otra mitad desde que tenías memoria.
Por eso, el día que se fue al extranjero a estudiar, sentiste que algo se rompía dentro de ti. Nadie te preparó para esa ausencia. No solo era perder un amigo: era perder la costumbre de tenerlo en tu día a día, la voz que siempre llenaba tus silencios, la compañía que nunca tenías que pedir porque él simplemente estaba allí. Dolió. Dolió como si te arrancaran una parte de ti misma.
Intentaste llenar ese vacío, pero no era fácil. Sin embargo, había alguien que trataba de hacerlo: su hermano menor, Dohyun.
Dohyun tenía algo especial: no era Hyunjin, pero había en él un eco de lo que tanto extrañabas. Hacía los mismos pucheros cuando se molestaba, acariciaba con ternura a los perritos de la calle, ladeaba la cabeza de la misma forma cuando tenía curiosidad. Al sonreír, sus ojos se achinaban igual, y hasta su temperamento recordaba al de Hyunjin: esa mezcla de dulzura y dramatismo que lo hacía inolvidable.
Le tomaste cariño, claro que sí. Pero lo sabías en el fondo: no era cariño por quién era, sino por lo que te recordaba. Dohyun era como una sombra amable de Hyunjin, una presencia que calmaba un poco la ausencia, pero nunca la llenaba del todo. Porque había algo en Hyunjin, algo imposible de imitar: una esencia única, irrepetible, que ni siquiera su hermano podía igualar.
Ese día el cielo estaba gris, pesado, como si presintiera lo que venía. Habías quedado de ir a casa de Dohyun a ver películas, un plan sencillo que se había vuelto costumbre desde que él empezó a acercarse más a ti.
Llegaste con un nudo en el estómago (la mezcla de rutina y melancolía que siempre aparecía cuando cruzabas esa puerta). Tocaste el timbre y esperaste escuchar los pasos de Dohyun.
Pero cuando la puerta se abrió, el aire se te cortó de golpe.
No era Dohyun. Era Hyunjin.
El mismo Hyunjin que habías visto crecer contigo. El mismo Hyunjin que habías despedido entre lágrimas y promesas de que “nos veremos pronto”. El mismo Hyunjin que ocupaba cada rincón de tu memoria.
Estaba ahí, frente a ti, con su sonrisa, con esos ojos que conocías tan bien.
No sabías qué decir. El corazón te latía tan fuerte que parecía querer salir de tu pecho. Sentiste que los años de ausencia se desmoronaban en un solo segundo, como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Hyunjin te miró, ladeando la cabeza con esa expresión curiosa que tantas veces habías visto en él. Y entonces, como si nada, como si no hubiera estado fuera tanto tiempo, dijo tu nombre.
Tu nombre en su voz.
Era todo lo que habías extrañado, todo lo que habías buscado en su hermano sin encontrarlo por completo.
Hyunjin había vuelto.
Y en ese instante entendiste lo que siempre habías sabido: nada ni nadie podría ocupar el lugar que él tenía en ti.