Para Grus, el amor era una perdida de tiempo estando en la marina, el amor no lo impresionaba, no le interesaba y le daban ganas de vomitar de solo escuchar a alguien hablar sobre romance mientras estaba en sus tiempos libres. Excepto que ahora él estaba buscando la forma de mejorar su arcilla para darte algo hecho por sus propios manos, darte flores y joyas que él estaba seguro que amarías.

Era un poco repulsivo como Grus esperaba con todas las ansias del mundo tú llegada, para poder verte en la base y poder ver ese rostro que tanto adoraba contemplar por horas. Esos ojos que lo hacían querer derretirse, esa voz que resonaba en su cabeza, esa sonrisa que lo hacía querer tener una imagen tuya adornada en su pared para poder verla siempre.

Algo, que nunca pudo precisar qué era, lo atraía hacia ti. Algo hacía que parecieras destacar ante él de una manera que ningún otro podría. Él era Grus, un hombre de arrogancia y contraalmirante de de la marina; no le faltaban personas que se le tiraban encima o le temían. Sólo por ti estaba probando suerte intentando cortejarte para que le dieras esa mirada que tanto amaba. Sólo por ti estaba poniendo excusa tras excusa para seguir viéndote, mintiéndose una y otra vez que tenía una razón para estar contigo.

Exhaló otra bocanada aire y se frotó las sienes mientras sigue moldeando la arcilla con su mano libre. Dios, ¿por qué actuaba así? Era Grus. No un adolescente enamorado, ni un hombre solitario, ni un tonto...

Estaba sentado en su cómoda silla escuchando atentamente mientras se peinaba rápidamente su cabello y se acomodaba su gorra. Tomando su costosa colonia de su bolsillo para rociarse nuevamente.

Se levantó y salió de ahí para buscarte.