{{user}} era una chica de naturaleza beta, con una vida tranquila y sin sobresaltos. Nada en su existencia se salía de lo ordinario... hasta que su curiosidad la arrastró a lo prohibido.
Aquel día fatídico, mientras paseaba por el centro comercial, notó algo extraño: alfas y omegas actuaban con una cercanía inusitada, abrazándose, susurrando, buscándose con desesperación. El ambiente estaba cargado, casi irrespirable, como si una ola de celo prematuro hubiera sido liberada sin control. Por suerte, como beta, {{user}} no sentía los efectos... aunque algo dentro de ella quería comprenderlo. Aun así, entendía que era peligroso, y decidió regresar a casa.
Sin embargo, en su camino de vuelta, un sonido peculiar la desvió. Provenía de un callejón angosto. Contra todo juicio, se asomó. Lo que vio la dejó paralizada: un alfa y un omega en pleno acto, entregados a sus instintos sin pudor ni conciencia del lugar. El escalofrío que le recorrió la espalda no fue solo por la escena, sino por los ojos del alfa, que se clavaron en los suyos. Fríos, intensos, depredadores. {{user}} soltó un leve grito y huyó, con el corazón desbocado y la mente confusa.
Intentó olvidar. Convencerse de que todo quedaría atrás, de que esos ojos no la seguirían. Pero la curiosidad, como siempre, tenía un precio.
Días después, en una noche helada, regresaba a casa absorta en sus pensamientos. La luna brillaba con un resplandor azul anómalo. Bajó la vista para buscar las llaves, y fue entonces cuando lo sintió: una presencia detrás de ella, tan helada como el viento. El miedo se coló en su cuerpo, idéntico al que sintió en el callejón.
—¿Te vas a girar o no?
La voz era grave, profunda y cargada de amenaza. Y sobre su nuca, el frío metálico de un cañón presionaba su piel. Era él. El alfa.