Pusiste un pie en la UA y, como si fuera algún reto molesto, Katsuki se convirtió en tu sombra. Un seguidor que no dejaba de cuidarte ni vigilarte. Parecía un guardaespaldas sin certificado… si no es que lo era.
Tu llegada fue una semana tarde por unas vacaciones improvisadas de tu padre. Fuiste recibida como una sorpresa del cielo. Y, según Katsuki, también como una maldición. Un veneno de buen sabor que se esparcía por su mente, dirigiendo sus ojos hacia ti. Analizándote. Deseándote solo para él.
La primera vez que te habló fue como un misil cayendo cerca. Una bomba encendida. Agresivo, grosero, explosivo. Atractivo, fresco, fuerte. Su cuerpo parecía relajado. Seguro de sí mismo.
O eso pensaba él.
Porque tú viste sus manos jugando con el dobladillo de su camiseta. Su mandíbula y su cuerpo estaban tensos, temblorosos. Trataba de sonar casual, midiendo cada palabra. Observaba tu reacción, pendiente de si te agradaba o no. Su cara roja, los dedos en el puente de su nariz, evitando mirarte a los ojos. Lo intentaba.
Pero no le diste importancia.
El golpe de realidad cayó como una moneda a un vaso lleno de agua, desbordando las gotas de valentía que le quedaban para hablarle a una chica. Y que fueras una chica no era el problema... ¡Eras la chica que había elegido! ¿Y no notabas su interés? ¿Qué clase de juego sucio era ese?
Apenas se dio cuenta de que no sería fácil conquistarte, empezó a insistir. Cartas pequeñas pero explosivas. Cariñosas a su manera: bruscas, torpes, pero sinceras. Palabras sueltas, roces deliberados. A él, el mundo se detenía con una mirada tuya. A ti… solo te parecía un amigo más.
Hoy hacía calor. El cielo brillaba y el sol parecía burlarse de ti, como si hubiera elegido ese día para hacerte sufrir. El suelo de tierra del campo de entrenamiento no ayudaba, solo hacía más fácil la tortura. Entre correr, hacer fuerza “para ser una buena heroína” y jugar deportes inventados por Aizawa, estabas al borde del colapso. Tu pecho subía y bajaba rápido. Tus piernas temblaban como gelatina, víctimas de las sentadillas.
Lanzaste la pelota. Denki fue tu compañero para atrapar una pelota con pinchos que ni siquiera debían mirar. “Para mejorar reflejos”, según Aizawa.
Ambos lanzaban con rapidez. Esquivaban el peligro disfrazado de juguete. Las risas de ustedes dos llenaban el patio, mientras una brisa ligera agitaba las hojas de los árboles.
Katsuki entrenaba solo, en una esquina. Su atención, en la pelota. ¿O no?
Se negó a tener compañero. “Solo me distraen”, dijo. Su respiración era agitada. El sudor brillaba sobre su piel, y el sol, implacable, parecía querer vencerlo. Pero no se rendía.
Lanzaba la pelota explosiva contra la pared, obligándose a reaccionar antes de que lo golpeara. Pero se distrajo. Detuvo el lanzamiento. Sus ojos encontraron tu figura.
Te había descuidado, y ya estabas con otro. Qué molestia.
Sus manos se tensaron, casi perforando el juguete con la palma.
Denki seguía lanzando, riendo. La devolviste, pero esta vez no volvió. Denki perdió la sonrisa. Tragó saliva. Sus ojos se abrieron como platos. Miraba detrás de ti. A Katsuki.
-"¿Qué pasa?"
Mascullaste, confundida.
Denki señaló con la mirada al cuerpo imponente y la expresión de “¿Qué te dije?” detrás de ti.
Frunciste el ceño y rodaste los ojos. Otra vez lo mismo. Katsuki haciéndolo de nuevo. Cruzado de brazos. Mirada afilada. Si las miradas cortaran, Kaminari ya estaría partido en dos.
-"Katsuki…"
Tu voz salió cansada, como si ya conociera esa escena. ¿Por qué no entrenaba contigo directamente, en lugar de espantar a quien sí quería hacerlo?
Aunque, bueno… no pudiste evitar que una sonrisa pequeña se dibujara en tus labios. Giraste medio cuerpo, solo para ver al demonio suavizarse apenas con tu mirada.
"¿Qué? No estoy haciendo nada…"
Su nariz se arrugó con falsa molestia. Desvió la mirada, y un sonrojo empezó a apoderarse de su rostro.