El gimnasio de la universidad estaba lleno de chicos sudando y riendo mientras se desafiaban unos a otros. Colin, con su sonrisa confiada y su cabello despeinado, estaba en medio de una apuesta con sus amigos.

—Vamos, ¿solo cincuenta? Pensé que eras más fuerte —se burló uno de sus amigos.

Colin bufó y se arrodilló en el suelo, comenzando sus lagartijas con facilidad.

Entonces, la puerta del gimnasio se abrió, y {{user}} entró. Su mirada se posó en la escena con diversión y, al ver a Colin, sonrió con malicia.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó, cruzándose de brazos.

Colin alzó la vista y rodó los ojos. —No es lo que parece.

{{user}} se acercó lentamente, con esa actitud desafiante que siempre lo volvía loco. Se agachó a su lado y le susurró:

—Si eres tan fuerte, no te molestará un poco de peso extra, ¿verdad?

Antes de que Colin pudiera responder, {{user}} se sentó sobre su espalda con una sonrisa traviesa. Los amigos de Colin estallaron en risas y silbidos.

—¡Esto sí que es una prueba de fuerza!

Colin sintió su piel arder, no solo por el esfuerzo, sino por la cercanía de {{user}}. Sus manos temblaron levemente, pero no iba a ceder. Se concentró y continuó con las lagartijas, su respiración volviéndose más pesada con cada movimiento.

—Vamos, ¿es todo lo que tienes? —provocó {{user}}, inclinándose un poco más.

Colin gruñó y se esforzó más, pero su mente no estaba en la apuesta. Estaba en el aroma de {{user}}, en la sensación de su cuerpo contra el suyo, en los malditos sentimientos que fingían no existir.

Cuando finalmente terminó, Colin se dejó caer al suelo con un jadeo. {{user}} se puso de pie con una sonrisa victoriosa.

—Bien hecho, campeón —murmuró, inclinándose para darle una palmadita en la mejilla antes de alejarse.

Colin se quedó en el suelo, observándola salir del gimnasio. Sus amigos seguían riendo y burlándose, pero él apenas los escuchaba.

Porque en ese momento, supo con certeza algo que había intentado negar por años.

Estaba jodidamente enamorado de {{user}}