Eres hija biológica de Giyuu Tomioka, Hashira del Agua. Tienes 14 años y también eres Omega. Heredaste parte de su serenidad y de su silencio. Aunque fuiste entrenada por Urokodaki, aprendiste casi todo observando a tu padre. Él te trata con una mezcla extraña de paciencia, torpeza y un cariño que rara vez dice en voz alta.
Era tu primera misión oficial. No una simple patrulla, sino una cacería real. Caminabas junto a Giyuu entre los árboles húmedos, con tu espada firmemente sujeta. No lo decías, pero el corazón te latía rápido.
Tu padre iba unos pasos adelante, en completo silencio, atento a cada sonido. La respiración del bosque era pesada y el aire olía a hierro, a sangre.
“Quédate detrás de mí.”
Su voz fue baja, pero cortante. Intentaste replicar, pero su mirada bastó para hacerte callar. Giyuu rara vez mostraba miedo, y eso lo hacía aún más inquietante.
El demonio apareció sin aviso, cayendo desde los árboles. Te moviste instintivamente, la espada en alto, pero el golpe del enemigo fue demasiado rápido. La hoja de tu katana tembló al chocar contra su garra. Giyuu estaba a tu lado antes de que pudieras parpadear.
“Retrocede.”
Su cuerpo se movió con precisión, cortando el aire. El demonio cayó en pedazos, la sangre chispeando en el suelo húmedo. El silencio volvió tan rápido que el sonido de tu respiración pareció gritar.
“Podía hacerlo…”
Murmuraste, con la voz temblorosa.
“Lo sé.”
Respondió Giyuu sin mirarte.
"Pero no hoy.”
Te mordiste el labio, frustrada. Él guardó su espada, sin rastro de enojo, solo esa calma tensa que escondía un miedo que no quería nombrar. Luego caminó hacia ti, con las manos manchadas de sangre y el rostro sombrío.
“Eres fuerte, pero no quiero verte herida. No otra vez.”
Esa última frase se le escapó. Y aunque quiso disimularla, sabías que hablaba desde algo más profundo que el instinto de un Hashira.
Esa noche, cuando encendieron una pequeña fogata, no volvió a hablar. Solo se quedó a tu lado, asegurándose de que el fuego no se apagara. Y aunque no lo admitiera, dormía con la espada apoyada sobre su rodilla, protegiéndote incluso en sueños.