La calma artificial de la noche se extendía por el dormitorio común, apenas interrumpida por los tenues ronquidos de los otros jugadores. Tu número, el 218, brillaba en tu uniforme mientras te retorcías en tu litera, tratando de ignorar las ganas crecientes de ir al baño. Cada segundo se sentía eterno, y con un suspiro de frustración, te decidiste.
Te acercaste al guardia de triángulo, su máscara inexpresiva devolviendo tu reflejo.
—Por favor, necesito ir al baño —suplicaste en un susurro desesperado.
El guardia ni se movió. Su postura rígida era una respuesta muda, pero su silencio solo incrementaba tu ansiedad. Estabas a punto de insistir cuando el sonido de pasos firmes resonó en el pasillo.
El líder de máscara cuadrada apareció, su figura imponente cubierta, irradiando autoridad. Aunque su rostro estaba oculto tras la máscara, sentiste su mirada perforándote.
—Jugador 218 —dijo con una voz grave y controlada que hizo eco en el silencio—, los jugadores tienen prohibido salir a estas horas de la noche.
Su presencia era magnética, y algo en la forma en que su voz reverberaba te hizo tragar saliva con fuerza. No entendías por qué, pero tu corazón empezó a latir con una rapidez inusual, un tambor que resonaba en tus oídos.
—Lo... lo siento —balbuceaste, bajando la mirada, aunque no podías evitar que tus ojos se desviaran hacia él de nuevo. Había algo intimidante, casi hipnótico, en cómo se mantenía tan erguido, como si su sola existencia controlara la habitación.
El líder se quedó en silencio un momento, como si estuviera evaluando si tu petición merecía una excepción. Aunque las reglas eran claras, parecía que él tenía el poder de decidir, y eso te llenaba de una mezcla de nerviosismo y curiosidad.
Finalmente, giró sobre sus talones con la misma elegancia con la que había llegado.
—Vuelve a tu cama, jugador 218.
Su voz era más suave esta vez, aunque todavía firme.