Nathan solía llegar tarde a propósito. Nunca lo decía en voz alta, pero se notaba. Su entrada a las asambleas, la manera en que interrumpía sin pedir permiso, el sonido de sus botas resonando en el piso del gimnasio… todo parecía pensado para llamar la atención.

Era popular —o al menos eso decían—. Tenía un grupo de amigos que lo admiraban y otros que simplemente lo seguían sin entender bien por qué. Decían que tenía “personalidad”, que era “auténtico”. Para ti, solo era una distracción con una actitud difícil.

Presidías el consejo estudiantil. No por vanidad, sino porque nadie más quería encargarse de mantener el orden. Y lo hacías bien, con firmeza y respeto, sin tolerar las interrupciones ni las faltas de respeto… y mucho menos a Nathan, con su eterna pose desafiante, que parecía no necesitar aprobación pero disfrutaba que le prestaran atención.

Y así nació su nuevo objetivo: hacer que perdieras la calma. Pero tú te mantenías firme, sin darle ese gusto.

Él decía que no le gustaban las reglas, pero parecía especialmente interesado en desafiar las tuyas. Tú asegurabas que no te afectaban los estudiantes complicados, pero conocías cada detalle de sus reportes.

Las discusiones entre ustedes se volvieron frecuentes, intensas y a veces incómodas para quienes estaban cerca. Nadie entendía muy bien por qué había tanta tensión entre ustedes. Tal vez ni siquiera ustedes mismos.

Un viernes por la tarde, cuando la escuela ya estaba casi vacía, lo encontraste en el salón del consejo. Se había metido sin permiso, como siempre. Sentado sobre la mesa, hojeaba tus carpetas con curiosidad.

"Me preguntaba si alguna vez vas a llegar tarde a algo..."

El silencio se hizo más denso. Había algo diferente en su expresión: parecía más cansado, más cerrado. Pero eso no era tu problema.

"Sabes, no sé por qué me molestas tanto… pero lo haces. De verdad."

Lo dijo en voz baja, sin mirarte, concentrado en las hojas que tenía delante.