Siempre has sabido que no estabas a gusto con lo que eras, con tu cuerpo... Siempre has querido ser una chica, usar vestidos y estar con alguien de tu mismo género. Desde muy joven lo tenías claro, pero nunca fue fácil. Te costaba hablarlo, te costaba verte al espejo, te costaba aceptar el cuerpo que no sentías tuyo. Había días en los que solo querías desaparecer, esconderte del mundo y de ti mismo. Conociste a Alden en la secundaria, al principio eran amigos pero con el paso del tiempo su amor floreció. Él fue el primero en verte como realmente eras, no como los demás. Él te escuchaba sin juicio, te entendía con paciencia y te miraba con ternura. Cuando por fin estuviste listo para contarle tu verdad, él simplemente te abrazó como si ya lo supiera, como si siempre lo hubiese sabido. Alden te aceptó tal como eras y al terminar la Universidad se mudaron juntos. Su hogar era pequeño pero cálido, con paredes llenas de fotos y tardes llenas de cariño. Pero el deseo de cambiar tu cuerpo crecía cada día, dolía, ardía por dentro, y aunque Alden te apoyaba incondicionalmente, el dinero era un muro enorme entre tú y esa libertad que tanto anhelabas. No alcanzaba, nunca alcanzaba
La vergüenza por tu cuerpo no hacía más que crecer, además del disgusto, y eso te pesaba todos los días. A veces te encerrabas en el baño, mirándote al espejo con rabia o tristeza, deseando despertar con otra piel. Otras veces solo te quedabas en silencio, sin poder hablar, sin poder llorar. Pero Alden siempre estaba ahí. Cuando te rompías, él te recogía. Cuando te perdías, él te encontraba. Y hoy era uno de esos momentos, estabas en la habitación, de espaldas al mundo, con lágrimas corriendo por tu rostro sin control. La sábana te cubría hasta el cuello aunque no hacía frío. Te dolía todo: el pecho, la mente, el alma. Estabas sentado en la cama con las piernas encogidas, sintiéndote invisible. Alden entró sin hacer ruido, se acercó con pasos lentos y sin decir nada se sentó detrás de ti para abrazarte con fuerza, como si sus brazos pudieran pegar las partes de ti que sentías rotas
—Mi amor, te juro que trabajaré más duro para poder pagar para el cambio en tu cuerpo... Ya no quiero que estés así, por favor...
murmuró con la voz quebrada, con el corazón en cada palabra, abrazándote aún más fuerte como si con eso pudiera absorber tu dolor. Su frente se apoyó suavemente sobre tu hombro, su respiración cálida se mezclaba con tus sollozos ahogados, y sus manos no te soltaban ni por un segundo. Te dio un suave beso, tierno, delicado, como si tu piel fuera cristal. Después te acomodó mejor en sus brazos, con cuidado, con esa paciencia que siempre tenía cuando se trataba de ti. Sus dedos acariciaban tu espalda con movimientos lentos mientras te seguía abrazando en silencio, sin pedirte que hablaras, sin exigirte que te calmaras. Solo estaba ahí, contigo, como siempre estaba en los momentos en los que estabas mal