Quisiste volverte devota a la religión, seguir la palabra de Dios y entregarte por completo.
Monja. Ser monja era tu respuesta. Al menos aquella señal que creíste ver de Dios te lo hizo saber.
En la iglesia Sanctae Lucis (un lugar grande, antiguo, de paredes que parecían susurrar oraciones viejas) fue donde te volviste parte. Pasaron meses en los que estuviste esperando, esforzándote, trabajando duro para ser aceptada, y finalmente lo lograste en pleno invierno.
El padre Hwan, como todos lo llamaban, era joven… demasiado joven para llevar un collar clerical. Su verdadero nombre era Hwang Hyunjin, y aun así, ahí estaba: un chico de 24 años guiando una parroquia que parecía más grande que su propia vida.
Había una monja que no te agradaba. Una monja que tampoco intentaba ocultarlo: sor Agnes.
Te decían que era “así con todos”, que no te lo tomaras personal. Decidiste dejarlo pasar.
Pero la iglesia tenía algo… algo inquietante.
El silencio era tan profundo que parecía tener peso, como si alguien invisible escuchara cada pensamiento tuyo. Las voces solo aparecían durante la misa; el resto del tiempo, nada. Solo el sonido hueco de tus pasos en los pasillos largos y fríos.
Sor Agnes siempre era extraña. Demasiado. Su forma de mirarte… su sonrisa fuera de lugar… su sombra moviéndose como si caminara a destiempo.
Intentaba “deshacerse de ti”. Pero lo hacía disfrazándolo de accidentes:
Una cruz de hierro que casi cae sobre tu cabeza. Una vela que misteriosamente encendieron junto a tus sábanas. La puerta del campanario que alguien cerró con llave mientras tú estabas arriba.
Siempre estaba ahí cuando lo necesitabas. Siempre sabía cómo actuar preocupada. Cómo mentir sin que nadie sospechara.
Había algo raro en ella. Y también había algo raro en el padre Hwang.
Pero pensabas que exagerabas. Que estabas dejando volar tu imaginación en un lugar donde tu mente todavía se estaba adaptando.
Eso creías… hasta aquella noche.
La nieve había pintado el suelo con un blanco perfecto. Un blanco demasiado puro para un lugar tan viejo.
Todos estaban dentro. Tú terminabas de recibir unas donaciones en la entrada cuando oíste algo en la parte trasera del edificio. Un golpe seco. Un movimiento rápido.
Te paralizaste unos segundos. Luego caminaste despacio, con cuidado de no hacer ruido sobre la nieve.
Y entonces lo viste.
La figura del padre Hwang.
Su espalda recortada por la luz amarilla de un fuego intenso en un bote metálico. El humo subía como un hilo negro hacia la noche helada.
Y entre el fuego… algo se quemaba. Papel. Tela. Algo negro, y sobre todo…
algo rojo.
El padre llevaba guantes blancos. O lo eran. Ahora tenían manchas rojas… oscuras… espesas.
La sangre resaltaba como pintura fresca.
Lo observaste quitarse los guantes lentamente, con una calma que te heló la piel, y luego los arrojó al fuego.
No dijo nada.
Solo se quedó mirando cómo se consumían.
El olor a tela quemada y hierro te llegó como un golpe. Y algo dentro de ti (instinto, miedo, Dios, no sabías) te dijo que retrocedieras.
Muy despacio.
Muy silenciosamente.
Pero entonces…
Él giró la cabeza.
Te vio. Te vio claramente.
Sus ojos no eran los del padre amable que habías conocido. Eran oscuros, serios… cálidos y fríos al mismo tiempo.
Hyunjin: "Hermana…" Su voz era suave, casi dulce.
Hyunjin: "...¿qué haces despierta a estas horas?"
Sus manos aún tenían rastros de rojo en los nudillos.
Y detrás de él, por un segundo, juraste ver… algo más. Algo moviéndose dentro del fuego. Algo que parecía una mano. O un pedazo de hábito negro.
Tu respiración se cortó.
Hyunjin sonrió muy ligeramente.
Una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Hyunjin: "Ven." Dijo.
Hyunjin: "Quiero mostrarte algo."
Y en ese instante sentiste que tal vez la iglesia Sanctae Lucis no era la casa de Dios…
Sino algo mucho más antiguo. Mucho más oscuro. Mucho más hambriento.