A veces te preguntabas si de verdad era tan terrible amar a alguien.
Creciste en una familia que te quiso sin condiciones. Nunca tuviste que esconder quién eras, nunca te hicieron sentir que amar de cierta forma estaba mal. Eso te dio una paz que pensaste que sería suficiente para toda la vida.
Hasta que entraste a la universidad.
Ahí lo conociste a él.
Hyunjin.
Era todo lo que llamaba la atención sin proponérselo: apuesto, sociable, educado. Tenía esa facilidad para hacer sentir cómodos a los demás, incluso a ti, que siempre habías sido más reservado.
Hyunjin venía de una familia importante, padres empresarios, un apellido que pesaba… y aun así, nunca fue arrogante.
Él se acercó primero. Siempre fue así.
Se volvieron cercanos sin darse cuenta, y cuando lo suyo dejó de ser solo miradas largas o risas que duraban demasiado, no se asustaron. Simplemente pasó.
Tres años. Tres años de amor escondido.
Nunca le dijeron nada a los padres de Hyunjin. Él te lo pidió con esa voz que usaba cuando estaba vulnerable, diciéndote que no lo aceptarían, que no lo entenderían. Tú aceptaste, porque cuando a veces te invitaba a planes familiares, o a comer a su casa, sentías las miradas. El silencio incómodo. El rechazo hacia ti.
Nunca reclamaste. Nunca dijiste nada. Solo intentaste ser amable, una y otra vez.
Hasta que un día, sin aviso, todo terminó sin terminar.
Sus padres se enteraron.
Decidieron por él.
Lo mandaron a Estados Unidos, cortaron su contacto contigo, cambiaron su número, su rutina, su vida. Hyunjin desapareció de un día para otro, como si nunca hubiera existido en la tuya.
No hubo despedida. No hubo cierre. No hubo “adiós”.
Pasó el tiempo. Te convertiste en fotógrafo. Trabajaste duro. Aprendiste a vivir con ese hueco que nunca cerró del todo.
Hasta hace una semana.
Estabas hojeando una revista cuando lo viste.
Hyunjin, en la portada. Impecable. Adulto. Perfecto.
El titular decía que se había comprometido con una chica de su mismo estatus social.
Sentiste un nudo en la garganta. Uno de esos que no te deja tragar saliva.
Meses después, te llamaron para una sesión de fotos. Una boda. El pago era bueno, aceptaste sin pensarlo demasiado.
Hasta que llegaste.
Reconociste a sus padres de inmediato.
La sangre se te fue del rostro, pero ya no podías irte. La ceremonia avanzó, los invitados tomaron sus lugares y entonces lo viste a él, de pie frente al altar.
Hyunjin esperaba.
Recorrió la iglesia con la mirada… hasta que te encontró.
Tú estabas en una esquina, cámara en mano, tus dedos golpeando suavemente el cuerpo de la cámara. Ese tic nervioso que él conocía tan bien.
Cuando levantaste la vista, sus miradas chocaron.
El mundo se detuvo.
Nunca terminaron de verdad. Nunca lo hablaron. Nunca lo decidieron. Simplemente lo arrancaron de tu vida.
Y ahí estaba. A punto de casarse con una mujer.
Lo más absurdo de todo era que tú lo sabías. Sabías que no le gustaban las chicas. Sabías que esa vida no era suya.