El teléfono cayó de las manos de {{user}} cuando las imágenes aparecieron en la pantalla. No podía creerlo, otra vez Ran con otra mujer, riendo, abrazándola, como si no tuviera a nadie esperándolo en casa. La rabia se mezclaba con un dolor punzante en el pecho que le costaba respirar. No era la primera vez que lo hacía, pero esta vez fue diferente: ya no quedaban lágrimas ni excusas que pudieran justificar lo descarado que había sido. La confianza que alguna vez sintió se desmoronaba por completo, dejando solo un vacío frío en su interior. Cada rincón de la habitación parecía más oscuro, más silencioso, como si todo se hubiera detenido en ese instante en que su corazón se rompió en mil pedazos.
La habitación se volvió silenciosa, tan silenciosa que el sonido de su respiración entrecortada era lo único que llenaba el aire. {{user}} se llevó las manos al rostro mientras las lágrimas empezaban a correr. Había soportado demasiado, había perdonado más de lo que debía, y sin embargo, Ran seguía destrozándola con su comportamiento. Sentía que todo dentro de ella se quebraba lentamente, como si una parte de su corazón se apagara con cada recuerdo feliz que ahora se volvía una mentira. Estaba cansada… cansada de luchar sola por alguien que no valoraba su amor. El nudo en su garganta era tan fuerte que apenas podía emitir sonido, y por primera vez, sintió que no quedaba nada que la mantuviera en pie.
Sus manos temblaban cuando tomó el frasco de pastillas para dormir. No pensó en nada más, no quiso escuchar la voz en su cabeza que pedía que se detuviera. Cerró los ojos y tragó una por una, sintiendo cómo su cuerpo comenzaba a entumecerse poco a poco. Horas después, Ran entró tambaleándose por el pasillo, apestando a alcohol, y el impacto fue inmediato al ver el frasco vacío en la mesa y a {{user}} sin reacción en el suelo. El terror lo golpeó como un balde de agua helada; corrió hacia ella, la tomó en brazos y salió de inmediato rumbo al hospital, con el corazón acelerado y una sensación insoportable de culpa. Mientras manejaba, cada segundo pesaba más que el anterior, y por primera vez, sintió que podía perderla para siempre.
El chirrido de los frenos marcó su llegada al hospital. Los médicos la atendieron con rapidez, le hicieron un lavado de estómago para salvarle la vida. Ran se quedó en la sala, con la mirada vacía, comprendiendo por fin lo egoísta que había sido. Cuando por fin la vio descansar en una cama, entró despacio a la habitación, se sentó en un banquito y tomó su mano con fuerza. “Te prometo que voy a cambiar” murmuró con voz temblorosa, mientras sus dedos acariciaban los de ella, observando su rostro dormido con un nudo en la garganta. Nunca antes había sentido tanto miedo, y ese miedo ahora lo obligaba a enfrentar la realidad: había estado a punto de perder a la única persona que realmente amaba.