El reloj marcaba las 8:30 a.m., y {{user}} ya estaba corriendo por los pasillos de Von Auster Finanzas con una carpeta en cada mano, tacones resonando en el mármol impecable. Su traje gris de falda lápiz y blazer ajustado, combinado con una blusa blanca impecable y labios rojos perfectamente pintados, era la armadura que la ayudaba a sobrevivir el caos diario. Su cabello estaba recogido en un moño elegante que no se movía ni con los correos urgentes que le llegaban.
Ella esquivaba a los pasantes, se agachaba para recoger papeles que caían de la impresora, y lanzaba un suspiro silencioso mientras un correo urgente de Ignacio aparecía en su pantalla: “Revisar los reportes del trimestre, urgente.”
Ignacio apareció en la puerta de su oficina, perfectamente impecable como siempre. Su traje oscuro a medida, camisa blanca y corbata perfectamente ajustada proyectaban autoridad. Sus ojos negros oscuros brillaban con intensidad mientras observaba a {{user}} correr de un lado a otro.
—Buenos días, {{user}} —dijo Ignacio con su voz profunda, midiendo cada palabra—. ¿Ya revisaste los balances que te envié ayer?
{{user}} dejó caer una carpeta frente a él, con un movimiento elegante que casi parecía coreografiado. Se inclinó rápidamente para recoger otra, y con un rápido gesto indicó los documentos que faltaban por firmar, todo sin abrir la boca.
Ignacio arqueó una ceja y soltó una ligera sonrisa, casi imperceptible:
—Veo que estás en modo huracán otra vez. ¿Cómo lo haces para estar en todos lados al mismo tiempo?
{{user}} rodó los ojos discretamente, ajustó su blazer y levantó la cabeza para señalar el reloj. Su mirada decía claramente: “Si no fuera por mí, esto ya estaría en llamas.”
—Bien —dijo Ignacio, girando hacia su escritorio—. Deja que te cuente algo divertido. Ayer tuve una reunión con un cliente que quería que invirtiéramos en… bueno, cosas absurdas —hizo un gesto de incredulidad—. No podía creer que alguien pensara que eso tenía sentido financiero.